En la España del siglo XIX, según iba consolidándose el régimen liberal, se aprecia la necesidad de poner en producción todos los recursos naturales del país para recuperar su maltrecha economía. Lo primero era profundizar en su conocimiento y para ello se crea en 1856 una Junta General de Estadística a cargo de la ejecución de trabajos geográficos de reconocimiento del medio físico, entre los que se encuentra la riqueza hidrológica. Pedro Antonio de Mesa (1826-1875), ingeniero-jefe de las operaciones hidrológicas de la Junta General de Estadística entre 1862 y 1865, diseñó y lideró el reconocimiento hidrológico de los grandes valles del Duero, Tajo, Guadalquivir y Ebro, ya entonces con una visión de cuenca hidrográfica.
Las operaciones de estos reconocimientos se concentraron en la realización de aforos, midiendo los caudales de estiaje, que se consideraban equivalentes a la riqueza hidrológica que podría aprovecharse. Pero también se describen otros elementos de interés. así como los regadíos existentes y los que podrían lograrse.
El reconocimiento del valle del Ebro tuvo lugar en el verano de 1863, comenzando a primeros de julio y acabando posiblemente en octubre. El informe consiguiente fue publicado en 1865, siendo junto con el del Guadalquivir los dos únicos publicados.

Se trató de una labor casi de explorador, en la que se recorrían del orden de 40 kilómetros diarios, a lomos de caballería, llegando a realizar 231 aforos en ríos para medir los caudales. Estos aforos se hacían “de la manera más rápida y expedita”, pero se detecta un extremado cuidado en la práctica y en las comprobaciones y búsqueda de concordancia de resultados entre las distintas mediciones. Al trabajo de campo luego debía sumarse el trabajo de gabinete. Analizando los resultados obtenidos y confrontándolos con los caudales aforados luego ya sistemáticamente en el periodo 1912-1947, comparables a aquellos pues todavía no había apenas presas y aprovechamientos que los alteraran, se aprecia que se encuentran en un orden de magnitud del todo razonable.
Pedro Antonio de Mesa y sus reconocimientos hidrológicos son dignos de ser recordados por su carácter pionero, la labor encomiable de su realizador, por el esmero de su elaboración y sobre todo por su extraordinario valor documental histórico-geográfico. Por ejemplo, en el caso del reconocimiento del Ebro, señala cómo en aquella época el régimen hidrológico en los ríos de la margen derecha del Ebro (Iregua, Queiles, Cidacos, Alhama, Aguas Vivas, y seguramente otros) quedaban secos en su desembocadura por el estiaje y los riegos; lo que sin duda venía sucediendo desde tiempos inmemoriales. O realiza la primera evaluación del regadío en la cuenca del Ebro, que cifra en 158.516 hectáreas (frente a las más de 900.000 actuales). E incluye la que probablemente es la primera representación cartográfica de la cuenca del Ebro.

Conscientes de este valor, la Confederación Hidrográfica del Ebro publicó hace diez años, en 2009, una edición facsímil a partir del informe original de 1865 que conserva en su biblioteca.