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¿Hacia el “espacio operativo seguro” del agua?

Sobre el blog

Sandra Ricart Casadevall
PhD in Experimental Sciences and Sustainability. Juan de la Cierva Postdoctoral Fellowship at Water and Territory research group (UA). H2020 expert researcher evaluator (EC).
  • El informe propongan un límite de 0,20 ha. de tierra de cultivo por persona y para el consumo de aquí a 2030.

En los últimos meses, la preocupación y/o el interés en temáticas relacionadas con el agua y el suelo ha ocupado el centro de noticiarios, plataformas de comunicación especializadas y portadas de diarios, blogs y demás mecanismos de divulgación. De la propuesta, revisión, crítica y (no) aprobación de distintos planes hidrológicos de cuenca a las (no) recomendaciones europeas sobre el fracking; de la degradación del suelo a la preocupación por justificar la intensidad de la productividad agrícola con el incremento de demanda de alimento esperado.

El mundo nunca ha experimentado una reducción tan pronunciada en los servicios de los ecosistemas terrestres como en los últimos 50 años

Hace escasos días se publicó, por parte del PNUMA, el estudio titulado Assessing Global Land Use: Balancing Consumption with Sustainable Supply (Evaluación del uso de la tierra a nivel mundial: equilibrar el consumo con el suministro sostenible). Dicho informe predice el riesgo de degradación del suelo que, para el año 2050 y en caso de no revertir la tendencia que supone anteponer campos a sabanas, praderas y bosques, puede afectar una extensión equiparable a la superficie Brasil. Dicho estudio pone de relieve como la degradación ambiental y la pérdida de diversidad biológica ya afecta al 23% del suelo mundial según las estimaciones. Según Acim Steiner, director ejecutivo del PNUMA, “El mundo nunca ha experimentado una reducción tan pronunciada en los servicios y las funciones de los ecosistemas terrestres como en los últimos cincuenta años. Selvas y humedales se han convertido en terrenos agrícolas para alimentar a la creciente población”.

Uno de los aspectos más interesantes que recoge dicho informe es la interpretación sobre la expansión de las tierras de cultivos en función de si se trabaja con cifras netas o brutas. La primera es resultado de la mayor demanda de alimentos y de biomasa no utilizada para la alimentación, mientras que la expansión bruta incluye el desplazamiento de tierras de cultivo a otras zonas debido a la degradación severa de la calidad del suelo.

El informe también se pregunta por la capacidad de aumento de la superficie de tierra utilizada para atender la creciente demanda de alimentos y biomasa no alimentaria con el impacto que supone mantener el actual ritmo de cambio en el uso del suelo. Para ello, innova en un concepto, el “espacio operativo seguro” (EOS) como punto de partida para comprender cuánto puede crecer el uso de la tierra antes de que el riesgo de sufrir daños irreversibles (en particular por la pérdida de diversidad biológica, la liberación de dióxido de carbono, la alteración de los ciclos del agua y los nutrientes, y la pérdida de suelo fértil) alcance un nivel inaceptable. Con dicho concepto se calcula que la superficie de cultivo mundial disponible para responder a la demanda podría aumentar en un máximo de 1.640 millones de hectáreas sin suponer un riesgo para la calidad del suelo. Sin embargo, de mantenerse las condiciones actuales, el informe advierte de que la demanda mundial de terreno prevista para 2050 superará con creces ese espacio operativo seguro. De ahí que los responsables del informe1  propongan un límite de 0,20 hectáreas (1.970 m2) de tierra de cultivo por persona y para el consumo de aquí a 2030, si bien los datos más recientes para Europa lo sitúan en 0,31 hectáreas/persona (un hecho que pone de manifiesto la presión sobre la calidad del suelo europeo).

Con las condiciones actuales, la demanda mundial de terreno prevista para 2050 superará con creces el espacio operativo seguro

Ante tal situación, el informe aboga para que de aquí a 2050 se puedan salvar más de 300 millones de hectáreas si se antepone una combinación de medidas diseñadas para mantener la expansión de las tierras de cultivo dentro del EOS pautado:

  • Mejorar la ordenación del suelo y de la tierra productiva así como la planificación de su uso a fin de reducir al mínimo la expansión de terrenos edificados en suelo fértil;
  • Invertir en la rehabilitación de suelos degradados;
  • Mejorar las prácticas de producción agrícola para aumentar la intensificación de manera ecológica y socialmente aceptable;
  • Elaborar instrumentos económicos que desencadenen la oferta y la demanda sostenibles; por ejemplo, un “subsidio a la sostenibilidad” para fomentar la productividad del suelo a largo plazo;
  • Armonizar las políticas de seguridad alimentaria, energía, desarrollo rural e industriales mediante programas en favor de la gestión sostenible de los recursos que abarquen la totalidad de la economía;

Es en referencia al último apunte, cabe preguntarse por la armonización de las políticas del suelo y del agua, pues cuesta imaginarse una armonización más ancestral, adaptativa y estratégica que la que dibujan el agua y la tierra. Ello implica preguntarse por la exportación del EOS a la dinámica del agua para, con ello, integrar dos de los recursos naturales que conforman la base de la tensión permanente entre recursos naturales y demandas sociales.

Seguramente el primer paso para dicho fin sea preguntarse por el margen disponible en el uso de los recursos hídricos antes de que el riesgo de sufrir daños irreversibles sea inevitable (eutrofización; contaminación de acuíferos; disminución de caudales y/o transformación de cursos fluviales; pérdida de fauna y flora autóctona, así como todos los outputs socioeconómicos y ambientales relacionados). Eso nos lleva a referenciar una de las conclusiones más difundidas a lo largo del tiempo y el espacio: la horquilla definida por la OMS en relación a la cantidad de agua potable necesaria para asegurar el desarrollo humano (50-100 litros/persona/día). Pero, ¿podemos equiparar dicha cuantía de agua al sistema de referencia del EOS del suelo que identifica el informe precedente? La respuesta se intuye negativa, pues dicha horquilla sólo deja constancia del uso potable del agua y no al uso derivado de actividades tales como el regadío o la industria, por ejemplo. Es decir: si bien en la delimitación del EOS del suelo se incorporan la totalidad de usos y/o funciones que dicho recurso puede satisfacer en relación a las necesidades humanas, la delimitación del EOS del agua conlleva una dificultad añadida: la integración del agua de uso (no) potable así como el vínculo con el concepto de “agua virtual”. Sabemos del (buen) estado en que se encuentran las masas de agua a nivel europeo y mundial así como los principales factores responsables de dicho estado.

La delimitación del EOS del agua conlleva una dificultad añadida: la integración del agua de uso (no) potable y el vínculo con el concepto de agua virtual

¿Podemos por ello delimitar aquellas medidas que puedan corregir, en calidad y cantidad, la sobreexplotación de los recursos hídricos y maximizar su eficiencia para con ello discernir las bases del EOS del agua? ¿Se trata de maximizar las buenas prácticas para justificar la eficiencia hídrica y con ello delimitar un EOS del agua que se adapte al modelo de consumo/uso vigente? O por el contrario, ¿se debe tender hacia un cambio de interpretación y actitud capaz de transgredir la dicotomía entre necesidad y disponibilidad y con ello argumentar un EOS del agua que englobe los usos (no) consuntivos del agua? ¿Qué relevancia se debe acotar para cada sector/demanda/usuario de agua y con qué argumentos se puede justificar su priorización? ¿Como sociedad, a qué estamos dispuestos a renunciar para conseguir que la integración de las políticas del suelo y del agua simbolice la armonía entre disponibilidad y necesidad? Será verdad que el agua mueve montañas (y, cada vez más, llanuras). Sólo falta que sea capaz de mover las mentalidades para continuar aprendiendo antes de que el cambio también sea irreversible como lo es la degradación del suelo o la contaminación de las aguas. 

1  El Grupo Internacional para la Gestión Sostenible de los Recursos: un consorcio compuesto por 27 científicos de renombre internacional especializados en recursos, 33 gobiernos nacionales y otros grupos, auspiciado por el PNUMA.