"¡Miau, miau, miau!". Garfield, el gato persa de pelaje blanco y aterciopelado, despertó a Mar, como todas las mañanas de domingo. Todavía seguía durmiendo su hermano mayor, Rafael. ¡Qué facilidad tenía para dormirse en cualquier lado!
Ya no había cole. Tras el concierto de Navidad, habían comenzado las vacaciones. Olía a churros y chocolate recién preparados. El abuelo sabía que les encantaban. El plan del día era ir a un parque que hacía mucho tiempo que no visitaban: el del bosque de Bellver, el pulmón verde de la ciudad.
Cogieron el autobús desde su barrio y en una media hora llegaron cerca del castillo. Tuvieron que subir un buen trecho con pendiente y comenzaron a respirar aire limpio del bosque. Al cabo de un rato, ya visualizaron el castillo. Como era domingo, no tuvieron que pagar nada para entrar. Subieron unas escaleras y, antes de acceder a la fortaleza, se sorprendieron al ver un foso:
Rafael: ¡Mira eso, Mar! Antes, ahí había cocodrilos.
Mar: ¡Madre mía! ¿Y tiburones también?
Rafael: También, también. Te caías y te comían.
Ahora estaba lleno de hierbajos ese foso, e incluso se podía caminar por abajo sin ser comida de cocodrilos o tiburones. Menos mal…
Ya faltaba poco para que llegara Papá Noel. Aún no habían escrito la carta, pero tenían muy claro qué querían pedirle este año.
Llegaron al patio del castillo y, de repente, un Papá Noel salió desde el mismo pozo.
Papá Noel: ¡Jou, jou, jou! ¡Feliz Navidad!
Rafael: ¡Guau! ¡Qué fuerte, Mar!
Mar: ¡Pues sí! ¡Madre mía! Papá Noel, ¿pero no tienes que venir más tarde? ¿Después de Nochebuena?
Papá Noel: Claro que sí. E iré para cumplir vuestros deseos, pero quería recordaros que aún no me habéis mandado la carta. ¡No os olvidéis y portaos bien! ¡Jou, jou, jou!
Y, en un abrir y cerrar de ojos, Papá Noel desapareció. Pareció marcharse por el mismo pozo por el que había salido. Se asomaron a él y el abuelo les metió la bronca:
Abuelo: ¡Rafaeeeeeel! ¡Maaaaaaar! ¿Ya la estáis liando? Os tengo dicho que no os asoméis a lugares peligrosos.
Mar: Pero, abuelo, por ahí ha salido y se ha ido Papá Noel.
Rafael: Pues sí, es verdad. Y nos ha dicho que le mandemos ya la carta.
Abuelo: ¡Jajaja! ¡Qué tonterías decís! Muchos dibujos habéis estado viendo últimamente… Bueno, ya sabéis, no os volváis a asomar al pozo, que es peligroso y os podéis caer.
Mar: Abuelo, ¿y por qué es peligroso, si de ahí entra y sale Papá Noel? ¿Y para qué sirven los pozos?
Abuelo: Pues porque os podéis caer y hacer mucho daño. Mirad, los pozos son agujeros muy, pero que muy profundos que se usan para recoger agua que está por debajo de la tierra. Pozos así hace vuestra mamá.
Tanto Mar como Rafael echaban mucho de menos a su mamá. Ella era ingeniera del agua. Siempre estaba dando vueltas por todo el mundo para diseñar y construir pozos, depósitos para almacenar el agua, tuberías para distribuirla, piletas y grifos para poder consumirla, retretes y letrinas para ir al baño… Siempre agua, era su gran pasión. De hecho, por eso a Mar la llamó así, porque no hay extensiones mayores de agua en nuestro planeta que los mares y océanos.
Hacía tres semanas que se había marchado a Bolivia. La habían acompañado al aeropuerto para que cogiera un vuelo de muchas horas. Ahora vivía en comunidades indígenas quechuas, cerca de Inkallaqta (ciudad del inca, en quechua). Allá estaba desarrollando un proyecto de acceso al agua potable para toda la población.
Llegaron a casa y la mamá llamó al abuelo:
Mamá: ¿Y Mar y Rafael cómo están? ¿Cómo fue el concierto de Navidad? ¿El cole?
Abuelo: Están muy bien, pero te echan mucho de menos. ¡Genial fue! Rafael lo bordó con el coro y Mar cantó dos canciones preciosas: una en inglés y otra en mallorquín. Las notas les han ido muy bien, pero el maestro de Rafael me ha dicho que habla de más en clase y la profe de Mar, que ella quiere ayudar en todo y no puede estarse quieta. Ya sabes cómo son.
Mamá: ¿Me los pasas un ratito y hacemos una videollamada? ¿Y dónde cenaréis estos días, qué haréis en Navid…?
Abuelo: ¡Maaaaaaar! ¡Rafaeeeeel! Que la mamá está al teléfono y quiere veros y escucharos.
Rafael y Mar (al unísono): ¡Bieeeeeeeeeeeen! ¡Mamá, mamá, mamá, mamá!
Abuelo: ¡Oh! Se acaba de desconectar de la videollamada. La mamá no tiene mucha cobertura ni Internet por donde está. Lo volveremos a intentar más tarde y si no, mañana.
Mar: ¡Jo! ¿Otra vez ha vuelto a pasar lo mismo?
Se entristecieron un poco, pero no querían acostumbrarse a esta situación. Mar se marchó a su habitación, cogió un lápiz y se puso a escribir su carta:
“Querido Papá Noel,
Me he portado muy bien este año. Solamente me ha dicho la profe Irene que tengo que sentarme cuando se explica en clase. Nada más.
Te escribo la carta porque esta mañana nos lo has recordado, a mi hermano Rafael y a mí, en el castillo de Bellver. Este año no te quiero pedir ninguna Barbie, ni un set de ingeniera, ni ningún coche de Scalextric, como el año pasado. Te voy a pedir dos deseos que me gustaría que hicieras realidad:
1. Que mi mamá vuelva a casa y podamos pasar la Navidad en familia.
2. Que repartas agua potable y baños a todas las personas de este mundo que no tienen. Así, mi mamá no tendrá que volver a marcharse a lugares tan lejanos y podrá estar más tiempo con Rafael, conmigo y con el abuelo.
Espero, de verdad y todo corazón, que puedas cumplirlos.
MAR”.
Y pasaron unos cuantos días, era el día de Navidad y el árbol de casa tenía menos regalitos que de costumbre. Estaban viendo por décima vez la peli Solo en casa. “¡Toc, toc, toc!”, sonó la puerta y Mar se acercó.
Mar: ¿Sí? ¿Hola? ¿Quién es?
Mamá: ¡Soy yo, la mamá!
Mar, Rafael y el abuelo corrieron hasta la mamá y la abrazaron muy, muy fuerte, más que nunca. La mamá estaba con la familia y se había cumplido el primer deseo que había pedido Mar en su carta. Solo faltaba que hiciera realidad el segundo. Papá Noel, sus duendes y renos estaban trabajando en ello…
Y colorín, colorado (como Papá Noel), este cuento (de Navidad) se ha acabado.