Días después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, de los que ahora se cumplen 20 años, todos los focos mediáticos se posaron en Afganistán, el lugar que daba cobijo al terrorista más buscado del planeta, Ossama bin Laden, protegido por el régimen talibán. Este país, desde 1978, ha vivido numerosos conflictos bélicos, desde varias guerras civiles hasta la guerra con la Unión Soviética, dejando heridas en el país que llevan varios años sangrando y que nadie es capaz de suturar.
Después de la intervención por parte de la OTAN iniciada en 2001, el foco se dirigió hacia otros lugares del planeta, dejando a este país asiático en el olvido y sin resolver las necesidades de la ciudadanía. En las últimas semanas, el foco de los medios se ha vuelto a posar en Afganistán, debido al avance talibán, que han recuperado el poder después de dos décadas ante la estupefacción del mundo entero.
La escasez de agua en este país, sin embargo, es un tema que ha estado, casi siempre, fuera del foco mediático. Como nos podemos imaginar, Afganistán es árido, sin grandes ríos, con escasez de recursos y con infraestructuras insuficientes. La sequía es un fenómeno recurrente y los periodos de falta de agua más severos se vivieron en los años 1970-71 y entre 1999 y 2005, provocando el desplazamiento de hasta 700.000 personas, según un estudio de los investigadores indios Aawar y Khare (2019).
El 80% del agua en Afganistán procede de la fusión nival en la cordillera del Hindu Kush
Según datos de Unicef, el 67% de la población afgana tiene acceso al agua potable, un porcentaje que se ha incrementado en los últimos años gracias al desarrollo de nuevas actuaciones para garantizar el acceso al agua potable. Sin embargo, la situación está peor en lo que al saneamiento de las aguas residuales se refiere. Sólo el 43% de la población dispone de lavabos con las mínimas garantías sanitarias. Por lo tanto, queda mucho trabajo por hacer en un contexto marcado por la incertidumbre.
Hasta el 50% de pérdidas en las redes
El 90% de la demanda de agua del país es para usos agrícolas. Sin embargo, fuentes como The Diplomat estiman que, debido al mal estado de los canales de riego -con una eficiencia precaria- se producen pérdidas de hasta el 50%. La pobreza del país, ligada a conflictos bélicos que parecen eternizarse, contribuyen a que Afganistán no pueda salir del bache en el que se encuentra desde hace décadas.
Afganistán se divide en seis cuencas hidrográficas. La principal de ellas es la del Amu Darya (el 57% del agua disponible en el país afgano procede de esta cuenca), un río que nace en el Hindu Kush y acaba desembocando en el mar de Aral. Uno de sus afluentes, el río Panj es el principal curso fluvial del país afgano, con una longitud de 921 kilómetros y que se erige como frontera natural entre Afganistán y Tayikistán. Precisamente en 1946, un acuerdo entre la Unión Soviética y Afganistán permite que éste último pueda captar del río 9 millones de metros cúbicos de agua al año. En este sentido, el 80% del agua disponible en Afganistán procede de la fusión nival en la cordillera del Hindu Kush.
El 90% del agua que se utiliza en Afganistán es para satisfacer las demandas de riego agrícola
El resto del país, por lo general, es muy árido y gran parte de las demandas, sobre todo en grandes ciudades como Kabul o Kandahar, se satisfacen con aguas subterráneas. Muchos de los ríos que transcurren por el país suelen ser estacionales, con agua durante 3-4 meses después de los episodios de lluvias, mientras que otros se nutren del agua procedente del deshielo que se produce en las montañas del Hindu Kush.
Una alianza (posiblemente) truncada
En los últimos años, la colaboración entre la India y Afganistán ha sido decisiva para la construcción de grandes infraestructuras para mejorar la regulación y la disponibilidad del agua. Hay que tener en cuenta que estos dos países no tienen límites comunes.
La llegada del régimen talibán puede poner en riesgo la colaboración entre la India y Afganistán, que hasta la fecha ha sido muy prolífica en materia de agua
Esta colaboración llevó a la construcción de la presa de Salma, conocida como la de la amistad Afgana-India. Activada en 2016, regula el agua del río Hari, en la provincia de Herat, con la finalidad de producir energía hidroeléctrica y distribuir el agua para riego. En los últimos años, esta infraestructura ha sido objetivo de los talibán, con diferentes ataques perpetrados (en 2013 y en 2021), que, por suerte, no provocaron importantes daños. Ahora, bajo su régimen, hay incertidumbre sobre cómo se gestionará la presa en el futuro más inmediato.
Otro de los proyectos que puede quedar interrumpido, y fruto de esta colaboración entre India y Afganistán, es la construcción de la presa de Shahtoot, destinada a incrementar la garantía de agua para la capital del país, Kabul, según informaron medios indios a principios de este año.
Ausencia de una buena gestión
Durante las últimas décadas, Afganistán ha dependido de los proyectos de cooperación y de las inversiones procedentes de países extranjeros. Sin embargo, hay expertos, como es el caso de los investigadores Aawar y Khare, que apuntan a la falta de gestión como una de las causas de los problemas de abastecimiento en el país (sin olvidar las sequías recurrentes y los fenómenos cada vez más extremos).
Con la llegada del régimen talibán, parece difícil ver cuáles pueden ser las soluciones para garantizar el acceso a un recurso, ya de por sí, muy escaso. Lo que es evidente es la necesidad de incrementar la garantía de agua y centrarse en los problemas de la ciudadanía, que parecen olvidados y sin atisbarse un horizonte esperanzador.