Graciela nació en la Aldea la 40, una pequeña comunidad cercana a la ciudad El Progreso, del departamento de Yoro, hacia el noroeste de Honduras. Sin embargo, con solo 12 años, después de la muerte de su padre, se mudó con su familia a Lejamaní, Comayagua, en el centro del país, lugar al que hoy llama su hogar y donde viven todos sus familiares.
Era la mayor de cinco hermanos y hermanas. Soñaba con estudiar administración de empresas o derecho. Sin embargo, la situación económica de la familia era precaria y solo pudo terminar la enseñanza básica. Estudiar por la noche no era una posibilidad, ya que no existían centros de enseñanza superior cercanos a su pueblo y tampoco contaba con los recursos para poder pagar algo más alejado. Además, debía ayudar a su madre con el cuidado de sus hermanos y las tareas domésticas.
Sin embargo, Graciela siempre quiso desarrollarse profesionalmente en otros ámbitos. Así, pese a los obstáculos, se abrió camino en su comunidad y con 18 años comenzó a trabajar en el Juzgado de Paz Lejamaní. Fue haciendo carrera en el servicio público e incluso llegó a trabajar en el Correo Nacional de La Paz.
En esa época conoció a su esposo y nuevamente, dejó de lado su desarrollo profesional para dedicarse a las tareas domésticas y la crianza de sus tres hijos. Para Graciela no fue fácil dejar de trabajar, pero no tenía más opción. Al igual que muchas mujeres de América Latina y el Caribe, Graciela asumió la crianza de sus hijos y todo el trabajo doméstico no remunerado, ya que su esposo necesitaba trabajar fuera de casa más horas para poder traer mayores ingresos a la familia. “Claro que deseaba trabajar, pero era muy difícil con los niños”, explica.
Otra de las complicaciones para Graciela era el acceso al agua en su comunidad. Toda el agua que utilizaban provenía del río Tepanguare y por lo mismo estaba siempre racionada. Así, aunque todos en Lejamaní tenían agua, las raciones no siempre eran suficientes, grave problema sobre todo para las familias numerosas.
Sumado a esto, a medida que la población de Lejamaní comenzó a crecer, el río dejó de dar abasto para satisfacer todas las necesidades hídricas de toda la comunidad. Graciela y sus vecinos se encontraban cada día con mayores problemas de escasez de agua. Así fue como se comenzaron a desarrollar proyectos de agua y saneamiento en la zona.
Agua: Una fuente de empoderamiento
Cuando se inició el proyecto de Lejamaní en 2014, Graciela era una beneficiaria más. Sin embargo, ella quería involucrarse más y ayudar a que el proyecto se implementará de forma exitosa. Aprovechó que sus hijos eran más mayores para poder ser voluntaria y trabajar de forma directa. Así pasó a ser parte de la Junta de Agua de Lejamaní, primero fue elegida secretaria y luego tesorera.
La motivación de Graciela y su voluntad para hablar con la comunidad, informar y dar a conocer los procesos fue clave durante la ejecución. Pero, para ella también fue una oportunidad para volver a desarrollar su lado profesional, el que además le resultaba altamente gratificante gracias a la conexión que generaba con sus vecinos. “A mí siempre me ha gustado estar al lado, ayudar. Me siento mejor cuando me involucro y me reúno con la gente. Siento el cariño de ellos”, comenta.
El proyecto concluyó en 2017 y permitió mejorar considerablemente las condiciones de agua y saneamiento de Graciela y su comunidad. “Para mí, el proyecto nos ha cambiado la vida, porque ahora a todos nos llega el agua. No la tenemos todo el día, pero al menos ahora le llega a todo el pueblo. Antes nos llegaba muy poca agua y solo a una parte”, explica.
Sin embargo, Lejamaní aún tiene desafíos para garantizar el acceso constante al agua. Uno de los principales es reemplazar las tuberías antiguas por otras más resistentes, lo que inquieta a la comunidad. Y aunque Graciela ya no tiene un rol directivo en la junta, la comunidad la sigue buscando para entender el desarrollo de nuevos proyectos y los problemas que a veces afectan a su zona. Así, de forma voluntaria, sigue dando charlas informativas que resultan vitales para el desarrollo tranquilo y armonioso de estas mejoras.
“A veces hay problemas con la tubería por los derrumbes, pero uno tiene que crear conciencia que estas son cosas de la naturaleza. A mí siempre me llaman y yo les explico, que no es porque el prestador no quiera solucionar, son cosas que se dan, que hay que detectarlas y trabajar juntos”, comenta. Así, la labor de Graciela permite que los trabajos sigan avanzando en Lejamaní sin problemas.
Sin embargo, Graciela tiene ganas de volver a trabajar. Con sus hijos ya adultos y más independientes, le gustaría retomar otras tareas fuera del hogar. “Me encantaría, la verdad lo necesito”, dice entre risas, ya que se reconoce inquieta y con ganas de tomar nuevos proyectos. Sin embargo, pese al crecimiento poblacional de Lejamaní, su economía y fuentes laborales no han crecido al mismo ritmo. Así, muchos de sus vecinos dejan la comunidad para ir a trabajar a La Paz, San Pedro e incluso algunos fuera del país.
Graciela sigue buscando trabajo en el sector público, pero no hay muchas vacantes. Hace algún tiempo se le presentó la oportunidad de volver a trabajar, pero le cedió el puesto a uno de sus hijos, para que pudiese costear sus estudios profesionales. Sin embargo, no pierde la esperanza. Para ella, el futuro de Lejamaní además de incluir un nuevo sistema de saneamiento que garantice el acceso continuo al agua, tendrá más fuentes laborales para los jóvenes y las mujeres, que como ella tienen ganas de desarrollarse profesionalmente. Mientras, no pierde la esperanza y sigue contribuyendo de forma voluntaria a transformar su comunidad, informando sobre los proyectos de desarrollo, para que puedan avanzar sin problemas.
Esta publicación forma parte de la Serie 'Mujeres Aguas Arriba', con la que queremos destacar a mujeres que día a día trabajan por mejorar la calidad de vida de sus comunidades, ayudando o trabajando directamente en proyectos de agua y saneamiento.