A principios del siglo XX, Canarias disponía de acuíferos que permitía el abastecimiento de agua potable, pero con el paso del tiempo el aumento de población provocó su sobreexplotación, lo que llevó a los canarios a recurrir a construir la primera desalinizadora de Canarias en 1964 (y curiosamente, de toda Europa) que utilizaba simplemente un proceso de evaporación.
Más adelante, introdujeron sistemas de evaporación súbita instantánea y sistemas de compresión de vapor en la década de los 90. Estos fueron eclipsados rápidamente por la tecnología de ósmosis inversa, la cual utiliza una membrana semipermeable para eliminar algunos iones y partículas más grandes. La necesidad de seguir investigando la desalinización provocó que Canarias se convirtiera en un laboratorio de técnicas de desalinización de agua de mar.
En la actualidad, Canarias depende 100% de la desalinización para obtener una fuente viable de agua potable con 300 desaladoras en total, sin embargo, los costes de la potabilización del agua de mar alcanzan los 0,80 céntimos/m3 casi triplicando el coste del agua natural (según datos de la Asociación Internacional de Desalación). En cambio, su coste energético se ha disminuido un 50 % en la última década, según declaraba el jefe del departamento de agua del Instituto Tecnológico de Canarias en el periódico El País.
De esta forma, se ha llegado a obtener un suministro de hasta el 50% en Tenerife y Gran Canaria, mientras que en el resto de España estudian de antemano si los próximos años vamos a pasar sequías o podemos “contar” con el agua de las lluvias. La historia de Canarias es un ejemplo del correcto funcionamiento de estas tecnologías para el abastecimiento de agua.
Gracias a toda la investigación relacionada con sistemas de desalación por la necesidad del agua que existe en Canarias, el resto de las comunidades autónomas con acceso a agua de mar se deberían plantear el hecho de empezar a utilizar estas tecnologías, y de esta forma, ayudar a disminuir el consumo de los recursos hídricos del interior de la Península Ibérica. De esta forma las poblaciones de interior no tendrían tantos problemas en épocas de sequía y podríamos tener un entorno más sostenible.