Si hay un tema que genera gran controversia en relación con el consumo de agua potable es su procedencia: ¿agua del grifo o agua embotellada? Más allá de aspectos como el sabor o la calidad, un factor que debería establecerse como primordial es la concienciación. Así, además de los ahorros en los que se incurre debido al menor coste del agua de grifo en España o al menor consumo energético al prescindir de la necesidad de fabricar una botella, se encuentran también los ahorros en generación de residuos.
Además, estos residuos son, precisamente, esos de los que se nos vino advirtiendo desde hace años sobre su gran resistencia a la degradación, persistiendo durante mucho tiempo en el medio. Estos macroplásticos que día a día millones de personas tiramos a la basura se van fragmentando progresivamente en trozos cada vez más pequeños, dando lugar a partículas diminutas, que es lo que conocemos como los microplásticos.
Así, la procedencia de estos compuestos tan resistentes a los tratamientos físicos y químicos que se implementan en las redes de tratamiento de aguas es muy diversa. El origen más evidente es el anteriormente mencionado de la degradación de macroplásticos, como envases y bolsas, que se arrojan al medio ambiente a un ritmo vertiginoso. Otra fuente de emisión la constituyen las microesferas de plástico utilizadas en productos de cosmética e higiene personal como jabones, pasta dentífrica o detergentes, que han sido prohibidas ya en países como Estados Unidos, Canadá y Reino Unido. Además, las aguas procedentes de las lavadoras están muy concentradas en fibras plásticas microscópicas procedentes de la gran cantidad de tejidos sintéticos utilizados en la industrial textil. Estos compuestos que van a parar al desagüe de nuestras casas se conducen a las plantas de tratamiento de aguas residuales, en donde no se consigue su completa eliminación, por lo que se acaban vertiendo a los ríos y mares. Con ello, esta agua se retorna al medio natural contribuyendo a la presencia de microsplásticos en nuestras fuentes de recursos hídricos, desde las que luego se capta agua para el suministro a los hogares. Desgraciadamente, los tratamientos de potabilización previos a la distribución del agua tampoco consiguen, en la actualidad, una eliminación total de estos contaminantes.

El impacto de estos compuestos es tal que en los últimos meses se han ido difundiendo a través de la prensa diversos estudios que indicaban la detección de microplásticos en el aire, el agua, los alimentos e incluso en los excrementos de seres humanos.
En el año 2017, una investigación desarrollada conjuntamente por la Universidad Estatal de Nueva York y la Universidad de Minnesota por encargo de la organización periodística sin ánimo de lucro Orb Media, desvelaba la presencia de fibras microscópicas de plástico en una gran cantidad de muestras de agua de grifo tomadas en diversos países. Asimismo, este mismo año hicieron público también el hallazgo de microplásticos como el polipropileno o el tereftalato de polietileno (PET), en aguas embotelladas de distintas marcas.
En este estudio se tomaron 259 muestras de agua embotellada de 11 marcas diferentes distribuidas en Brasil, China, India, Indonesia, Kenia, Líbano, México, Tailandia y Estados unidos. A estas muestras se les introdujo un tinte (Nilo Rojo) que es capaz de unirse a partículas hidrofóbicas, cada muestra se hizo pasar a través de un filtro y con ayuda de un microscopio se realiza un recuento de las partículas retenidas. Así, se pudo conocer que, de las 259 muestras, 247 presentaban contaminación por microplásticos. No se conoce con seguridad la procedencia de estos microplásticos pero se estima que puedan proceder del propio envase y del proceso de embotellado.
Sin embargo, se deben seguir realizando investigaciones sobre estos contaminantes en el agua, ya que esta investigación no pudo confirmar la naturaleza de las partículas de menor tamaño (encontradas con una concentración de 325 micropartículas por litro), debido a las limitaciones técnicas. Por lo que no se puede confirmar al 100% que estas partículas sean realmente microplásticos, ya que entre ellas puede haber cualquier partícula hidrofóbica que pudiera estar presente en la muestra y se podría estar sobreestimando la cantidad.
Aun así, ante este resultado se plantea un problema muy importante para la salud, ya que las partículas de menor tamaño (en el caso en el que fueran microplásticos) preocupan porque pueden ser capaces de penetrar en las células y, por lo tanto, generar consecuencias sobre nuestra salud. Por el contrario, las partículas de mayor tamaño encontradas no serían absorbidas o metabolizadas por el organismo y podrían eliminarse fácilmente.
A pesar de las cuestiones que se puedan plantear en relación con el nivel de precisión o rigor científico de los resultados proporcionados por estos estudios, lo cierto es que muchas de las aguas que consumimos, tanto del grifo como embotellada, actualmente pueden presentar microplásticos.
Del mismo modo, también ha salido a la luz el descubrimiento de estos compuestos en heces humanas lo que, desde luego, no hace más que contribuir a la preocupación sobre este riesgo emergente que no cuenta actualmente con tecnologías desarrolladas para su correcto análisis y tratamiento ni con los estudios científicos pertinentes para conocer su impacto sobre la salud. Así, todas aquellas imágenes de océanos que se comportaban como sumideros de basura o de ballenas y tortugas alimentándose de plásticos, están dejando paso a la actuación del cuerpo humano como nuevo cobijo para estos compuestos.
En general, un 90% de los microplásticos ingeridos por una persona pueden ser eliminados sin problemas del organismo, pero el 10% restante podría pasar al torrente sanguíneo y afectar a órganos como riñones o hígado. Los microplásticos que nos llegan proceden de la contaminación que no solo afecta a mares y océanos, sino que su presencia se extiende a los ecosistemas terrestres y de agua dulce. Así, varios estudios detectaron precipitaciones con alto contenido en fibras sintéticas presentes en el aire en ciudades como París. Estos compuestos acaban depositándose en el suelo pudiendo afectar a diversas reservas de agua, como ríos, lagos y aguas subterráneas.
De esta forma, los seres humanos hemos iniciado un ciclo que empieza y acaba en nosotros. Los plásticos que consumimos y desechamos vuelven a través del agua que bebemos y de los alimentos que ingerimos. Por tanto, la solución podría pasar, quizás, por centrar todos los esfuerzos en simplemente mejorar las tecnologías para el tratamiento de las aguas o bien, podría divergir en varias direcciones que tuviesen como punto de partida la concienciación, tanto para fomentar el reciclaje y la reducción en el consumo de plásticos, disminuyendo así la cantidad de residuos que van a parar al medio ambiente, como para potenciar el desarrollo e investigación de nuevos materiales biodegradables y tecnologías de tratamiento.