Es de sobra conocido el refrán la ficción supera la realidad, pero lo que ya no es tan conocido es que esto probablemente suceda (sino igualarlo) más pronto que tarde. Numerosas son las películas producidas en los últimos años en los que se desarrollan una serie de desastres naturales que acaban con los protagonistas teniendo que hacer frente a condiciones extremas o incluso teniendo que emigrar. Este es el caso que se avecina al archipiélago de Kiribati.
Este conjunto de islas se encuentran en el océano Pacífico, y aunque no son muy famosas, se encuentran a medio camino entre otros dos archipiélagos mundialmente conocidos: las islas Fiyi y Hawaii. La situación de Kiribati viene de lejos, ya que a finales de la década de los 90 un informe de las Naciones Unidas ya avisaba sobre el riesgo que corría este archipiélago debido al continuo crecimiento del nivel del mar. Por desgracia, este crecimiento no ha parado ni disminuido, por lo que, probablemente, los kiribatianos pronto tendrán que buscar un nuevo lugar en el que residir y pasarán a ser refugiados climáticos.
Los primeros efectos de este fenómeno ya han llegado y afectan principalmente a lo más imprescindible que se necesita para que se desarrolle la vida: el agua. La elevación del nivel del mar está haciendo que entren en contacto con las aguas dulces del archipiélago, que empiezan a contaminarse y volverse saladas, lo que impide su consumo sin un tratamiento previo más complejo, del cual no disponen allí.
Otro factor que juega en contra de Kiribati es la cultura de su población, donde la educación apenas llega a la población y por consiguiente no creen posible que sus hogares puedan acabar sumergidos bajo el agua. Esto no hace que no tomen las pocas precauciones que se pueden tomar en una situación así.
Esta situación, y otras muchas parecidas que sucederán no dentro de mucho (lluvias torrenciales más extremas, sequías más prolongadas, etc.) harán que no solo los habitantes de Kiribati tengan que emigrar sino otro muchos de miles de personas, por lo que una cooperación de diferentes países, especialmente los más desarrollados, es imprescindible para mitigar estos efectos.
Para el caso de Kiribati, Nueva Zelanda ya ha firmado un acuerdo de colaboración por el que todos los años se compromete a recibir y dar empleo estable a 70 kiribatianos y de esta forma ayuda a ofrecer un futuro mejor a estas personas.