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Figuras ocultas

Algunas de las figuras más importantes de la historia del progreso humano compartían varias cosas en común: eran mujeres, científicas e invisibles. Este último atributo lo adquirieron al ver como su trabajo y aportación a la ciencia fue atribuido a sus colegas masculinos. Una ausencia en la narración científica debido al género que también tiene nombre mujer: Matilda.

Los motivos de la invisibilidad de las mujeres en el discurso científico oficial son muchos, y la lista de mujeres es larga, demasiado. La principal razón es que no se ajustan a la imagen común y tradicional que la autoridad científica —actores masculinos—, ha construido a lo largo de los años en torno a la ciencia. Son más vistas como musas, objetos de deseo o figuras de maternidad, lo que parece reñido con la inteligencia y el progreso profesional. Aunque nada más lejos de la realidad, es por todo lo anterior que las mujeres se enfrentan a una mayor dificultad en su carrera dentro del ámbito científico, convirtiéndose en las figuras ocultas del progreso.

Cada 11 de febrero se conmemora el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia

A lo largo de la historia humana, en nombre de la ciencia y la filosofía se han defendido tan graves desatinos como la diferencia de inteligencia entre géneros, lo que ha lastrado el desarrollo intelectual y profesional de las mujeres. Ya Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) estaba convencido de que el cerebro masculino era mayor y, por tanto, superior al femenino; una convicción que persistió hasta San Agustín (354-430): «Parecen hombres, son casi hombres, pero resultan tan inferiores que ni siquiera son capaces de reproducir a la especie, quienes engendran los hijos son los hombres»; y que continúo hasta el sociólogo Gustave Le Bon (1841-1931) con este golpe: «Las mujeres representan la forma más baja de evolución humana».

A pesar de su contexto histórico, cuesta creer que grandes mentes filosóficas y científicas, cuyas aportaciones en sus campos han perdurado hasta nuestros días, hicieran estas comparativas entre hombres y mujeres. Resulta extraño, también, que dos campos enfocados a la evolución y progresión del ser humano como son la filosofía y la ciencia acojan afirmaciones como las anteriores; y sorprende aún más que hoy, en pleno siglo XXI, todavía haga falta hablar del «Efecto Matilda», el prejuicio en contra de reconocer los logros de las mujeres científicas, y cuyo trabajo a menudo se atribuye a sus colegas masculinos. Pero, ¿quién dijo que las chicas no son de ciencias?

  • La ausencia en la narración científica debido al género también tiene nombre mujer: Matilda

Una cuestión de género

La desvalorización por una cuestión de género se ha dado —y aún se da— de forma tradicional y sistemática en las actividades científicas y académicas en todas las partes del mundo.

Según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), solo dos de cada diez personas que trabajan en el ámbito científico y tecnológico son mujeres. En España, y según el primer informe ‘Mujeres e Innovación’ elaborado en 2020 por el Ministerio de Ciencias e Innovación, muestra la existencia de desequilibrios en la presencia de mujeres en los sectores de ciencia e innovación. En concreto, su representación en la población directamente ocupada en sectores de alta y media-alta tecnología se sitúan entre el 26 % del personal en general y el 31 % de aquel que participa directamente en actividades de I+D.

La brecha de género que se produce debido al abandono temporal o total de la carrera académica o investigadora por parte de las mujeres, se refleja en la famosa gráfica con forma de tijera que se ve en informes como el de ‘Mujeres Investigadoras CSIC 2021’ elaborado por la Comisión de Mujeres y Ciencia del CSIC, que muestra que, si bien hay paridad en los inicios de las carreras investigadoras, a medida que se avanza la representación de mujeres es más baja en puestos de responsabilidad.

Además, el ‘Informe Mujeres CNB 2020’ muestra que la diferencia no solo se centra en el personal de investigación, también hay a escala profesional, siendo las categorías de técnico especializados, ayudantes de investigación o personal administrativo, las que tienen mayor representación de las mujeres. ¿Las razones de todo ello? Una serie de barreras sociales de género que impiden a las mujeres su progreso y, por tanto, que las abocan a la invisibilidad.

Como consecuencia, en la actualidad se está viviendo un retroceso en la elección de carreras técnicas por parte de las mujeres. Según la UNESCO, el porcentaje de mujeres que estudian carreras científicas es del 28,5 %; una cifra equiparable a la de España que ha visto como su presencia en las aulas no ha aumentado como se esperaba. De hecho, mientras que en la década de los ochenta en ingeniería informática las mujeres suponían un 30 %, hoy apenas son un 12 %. Otro ejemplo es el campo de las matemáticas que, si bien contaba con un 60 % de matriculaciones en el año 2000, en 2018 ese porcentaje descendió hasta el 27 %.

Se está viviendo un ligero retroceso en la elección de carreras técnicas por parte de las mujeres

De hecho, existe una falta de referencias durante las etapas educativas más jóvenes, pues, según distintos estudios de la Universidad de València, los libros de texto de la E.S.O. apenas contienen un 7,6 % de referentes femeninos frente a sus homólogos varones, siendo solo un 12 % las citas de trabajos académicos. Esta falta de referentes femeninos tiene un impacto en las aspiraciones profesionales de las niñas que, años más tarde, se traduce en una menor presencia en las carreras conocidas como STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas); un hecho que denuncia, precisamente, la campaña #NoMoreMatildas, presentada el pasado mes de febrero por la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), y que pretende destruir los estereotipos que hacen creer a las chicas que son menos inteligentes o capaces para la ciencia que los chicos. “Las niñas llenan las escuelas, pero dudan de su propio potencial, lo que les impide despegar y desarrollarse en plena igualdad”, explicó la ministra de Educación, Isabel Celaá, durante el acto de presentación.

En muchos ámbitos concebidos dentro del sistema patriarcal, no solo en el científico, el prestigio y reconocimiento se dirige hacia los hombres

Y, es que, en muchos ámbitos concebidos dentro del sistema patriarcal, no solo en el científico, el prestigio y reconocimiento se dirige hacia los hombres. Así, el problema de la desigualdad, sea en el ámbito que sea, “es una cuestión que va más allá de lo estrictamente cultural, es una cuestión de poder, de pérdida de privilegios”, asegura Clara Guilló, profesora de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. “Deberíamos solucionar los problemas de desigualdad social que son arrastrados al mundo científico y ponérselo fácil a las generaciones futuras incluida la mía”, dice Carmen Robles, investigadora del Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA) de la Junta de Andalucía.

  • Las mujeres, en la sombra durante mucho tiempo, han sido pioneras en ciencias desde el inicio de los tiempos
  • Las mujeres se han convertido en las figuras ocultas del progreso científico

En el entorno académico de la ciencia, las experiencias por las que las mujeres se han convertido en las figuras ocultas vuelven a ser demasiadas: el aislamiento al que muchas se han visto sometidas en grupos de trabajo masculinos; la atribución de “mala fama” intencionada para desprestigiar su trabajo; el olvido de las que firmaron artículos científicos junto a sus maridos; el registro de sus iniciales en lugar de sus nombres; el robo directamente de sus descubrimientos; o aquellas que fueron (y han sido) apartadas de un puesto de trabajo ante compañeros con currículos menos brillantes, son los motivos por los que se considera que la ciencia se ha olvidado de las mujeres. Pero no es que se olvidaran de ellas, es que las ocultaron.

Un ejemplo es Ada Byron (1815-1852), artífice del primer algoritmo que podía ser procesado por una máquina y, por tanto, la primera programadora de ordenadores de la historia que, si bien su aportación es ahora reconocida, en su época tuvo que firmar las notas sobre los algoritmos solamente con sus iniciales por temor a que sus estudios fueran censurados por el hecho de ser mujer. Por su parte, Hedy Lamarr (1914-2000), una reconocida actriz que es la responsable de lo que hoy conocemos como el wifi, tuvo que soportar las burlas de las autoridades militares en plena II Guerra Mundial cuando ofreció sus conocimientos sobre ingeniería, y cuyo trabajo no fue reconocido hasta muchos años más tarde. Por desgracia, estos dos casos no son para nada aislados.

Con ‘M’ de Mujer

Las mujeres, en la sombra durante mucho tiempo, han sido pioneras en ciencias desde el inicio de los tiempos. Hipatia de Alejandría es considerada la primera científica de la historia. Sus aportaciones en el campo de las matemáticas y la astronomía y el marco histórico de su asesinato en un mundo dominado por hombres, hace más de 1.600 años, la convirtieron en un icono para todas aquellas mujeres que la sucedieron.

Desde Agnódice en el siglo IV a. C, la primera médica conocida de la historia, hasta Vera Rubin en 1970, la astrónoma que vio lo que nadie veía, son demasiadas las mujeres que no obtuvieron el reconocimiento que merecían en su tiempo: Nettie Stevens, genetista que describió las bases cromosómicas que determinan el sexo, cuya atribución del descubrimiento fue a parar al hombre del que era asistente por ser un investigador más reconocido; Mileva Maric, física relegada bajo la sombra de su entonces marido, Albert Einstein, con quien trabajó en la teoría del movimiento, pero solo él sería recordado y galardonado con el Nobel de Física en 1921; Lise Meitner descubrió junto a su compañero la fisión nuclear, pero fue él quien se llevó el Nobel de Química en 1944 sin ninguna mención a ella; Betty Snyder Holberton, Jean Jennings Bartik, Kathleen McNulty Mauchly Antonelli, Marlyn Wescoff Meltzer, Ruth Lichterman Teitelbaum y Frances Bilas Spence no aparecen en los libros de historia de la computación, pero fueron las programadoras de la máquina ENIAC (1946-1955). Los que sí pasaron a la historia fueron los dos ingenieros del equipo; Rosalind Franklin fue decisiva en el descubrimiento del ADN en 1953, pero el Nobel de Medicina se lo llevaron sus compañeros hombres; Jocelyn Bell Burnell, la astrofísica que advirtió la primera señal de radio que le llevaría a descubrir los púlsares junto a su supervisor de tesis, pero jamás se llevaría el Nobel de Física en 1974 por ello. Él sí; Jean Purdy, enfermera y embrióloga, jugó un papel clave para desarrollar la fecundación in vitro en 1978, pero su trabajo jamás fue reconocido. Sí el de sus compañeros científicos.

Es necesario destacar el caso de Marie Curie, de la que poco más se puede decir de su reconocida figura, salvo que Pierre Curie, su marido, amenazó con rechazar el Nobel de Física de 1903 cuando el comité seleccionador pretendía honrar solamente a él a y Henri Becquerel y negarle a Marie el reconocimiento correspondiente por ser mujer. Este hecho es quizá una prueba de que, si todos los hombres hubieran tenido la misma deferencia por sus compañeras investigadoras que Pierre Curie, probablemente el efecto Matilda no existiría en la actualidad. Pero existe.

#NoMoreMatildas

Víctimas del efecto Matilda, numerosas mujeres contribuyeron a la historia del progreso científico y, por lo tanto, humano, sin que recibieran el prestigio que merecían por su trabajo. No obstante, no hace falta echar la vista tan atrás para notar las consecuencias de este efecto entre las mujeres que desarrollan su carrera en el ámbito de las ciencias. “Las ciencias y el papel de las mujeres en ellas es relativamente reciente dada la falta de acceso a la educación, la falta de incentivos y la presión social y familiar”, dice Beatriz Morales-Nin, investigadora y profesora de Investigación del CSIC en el IMEDEA.

  • Víctimas del efecto Matilda, numerosas mujeres contribuyeron a la historia del progreso científico

La igualdad de género ha eludido durante mucho tiempo a las ciencias y esto representa una pérdida de trabajo de mujeres que, probablemente a la larga, se sintieron descorazonadas y bajaron su contribución. “Perdí la oportunidad de ser contratada allá por los años ochenta y muchos, porque corrió el bulo de que estaba embarazada y que no sería capaz de hacer el trabajo”, cuenta Rosario Cañas (Charina), técnico de apoyo a la investigación en el IMEDEA UIB-CSIC, sobre un proyecto en la Madre de las Marismas, en Doñana. “Fue un bulo que circuló porque alguien tenía más interés en que fuera un hombre el que fuera contratado para realizar ese trabajo”. Un hecho que, junto al desprecio de su investigación, produjo el abandono de su tesina.

Es hora de cambiar. La humanidad no puede permitirse el lujo de desperdiciar mentes brillantes por cuestiones sociales —ni por cualquier otra cuestión—. Es necesario, pues, no solo reconocer el trabajo de las grandes mujeres que lideraron nuestro camino y vieron comprometidas sus carreras para transformar la sociedad, también revisar los patrones impuestos en el discurso científico oficial, premiando y reconociendo las aportaciones científicas por su importancia y no por el género de la persona que está detrás de ellas. Porque, al fin y al cabo, el talento no tiene género.

Ben Barres: una prueba excepcional

El profesor Ben Barres (1954-2017), fue un neurobiólogo estadounidense de la Escuela de Medicina de la Universidad Stanford que investigó la interacción entre las neuronas y las células gliales y las células gliales en el sistema nervioso. En 1997, hizo la transición de mujer a hombre, convirtiéndose en el primer científico abiertamente transgénero.

Barres describió sus experiencias de discriminación por razón de sexo en el MIT y habló y escribió sobre sus logros científicos, asegurando que estos se percibieron de manera diferente según el sexo bajo el cual publicó sus trabajos.