La progresiva intensificación de las sequías está elevando sus costes sociales, económicos y ecológicos de forma sostenida. Según el informe Global Drought Outlook, publicado ayer por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se prevé que los impactos económicos de estos episodios climáticos extremos aumenten al menos un 35 % de aquí a 2035, en comparación con los niveles actuales. Una estimación que ilustra no solo el agravamiento del fenómeno, sino también su creciente capacidad de desorganizar sistemas productivos enteros y erosionar la resiliencia de los territorios.
El informe señala que la superficie terrestre afectada por sequías se ha duplicado desde 1900, y que en las últimas décadas cerca del 40 % del planeta ha sufrido un incremento tanto en la frecuencia como en la intensidad de estos eventos. Esta transformación, explican los autores, responde en gran medida a la alteración de los patrones climáticos globales: la elevación de temperaturas intensifica la evaporación, reduce la humedad del suelo y compromete la reposición natural de los acuíferos. El agravamiento es tal que, bajo un escenario de calentamiento global de +4 °C, las sequías podrían ser hasta siete veces más frecuentes e intensas que en ausencia de cambio climático.

La OCDE advierte que este fenómeno no distingue entre países industrializados y regiones en desarrollo. Si bien las zonas más pobres sufren con mayor crudeza las consecuencias sociales —como el hambre, la migración forzosa o el deterioro de los medios de vida—, los países de renta alta también están expuestos a pérdidas cuantiosas. En Estados Unidos, por ejemplo, la sequía de 2021 causó más de 1.100 millones de dólares en daños solo al sector agrícola. En Europa, el verano de 2022 dejó pérdidas por valor de 40.000 millones de euros. Y en todos los casos, la presión sobre los sistemas hídricos se traduce en tensiones que afectan desde la generación eléctrica hasta la navegación fluvial.
Uno de los datos más alarmantes del informe es el estado de los acuíferos: el 62 % de los que son objeto de seguimiento presentan descensos sostenidos en sus niveles, síntoma de una sobreexplotación que compromete la seguridad hídrica a medio plazo. A ello se suma la degradación del suelo, la pérdida de productividad vegetal y el deterioro de servicios ecosistémicos esenciales como la regulación del clima o la filtración del agua.
El 62 % de los acuíferos monitorizados a nivel mundial muestra un descenso sostenido en sus niveles, y las tasas de agotamiento podrían duplicarse antes de que finalice el siglo
Aunque los modelos climáticos coinciden en señalar una tendencia clara hacia un aumento del riesgo de sequía, el informe subraya que persisten importantes incertidumbres en cuanto a su magnitud y distribución. Las proyecciones apuntan, en general, a un descenso de los caudales fluviales y de los niveles freáticos en muchas regiones del planeta, especialmente en aquellas con una gestión intensiva de los recursos hídricos. Se estima que, de mantenerse las tendencias actuales, las tasas de agotamiento de los acuíferos podrían duplicarse de aquí al año 2100. Del mismo modo, mientras algunos modelos prevén un ligero incremento de los caudales en zonas como Canadá o el norte de Europa, la mayoría coincide en anticipar descensos acusados en la cuenca mediterránea y en el África meridional. La variabilidad entre modelos, escenarios de emisiones y contextos locales —así como las divergencias en los indicadores y definiciones utilizados para evaluar la sequía— introduce un margen de incertidumbre significativo. Esta complejidad evidencia la necesidad de reforzar los sistemas de monitorización, mejorar la calidad de los datos disponibles y vincular más estrechamente la ciencia del clima con las políticas de gestión del agua.
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Ante este panorama, la OCDE propone un marco de actuación basado en la prevención y en la integración de políticas públicas. La gestión eficiente del agua, la restauración de suelos, la reorientación de las prácticas agrícolas y el rediseño de las ciudades son, a juicio del organismo, elementos imprescindibles para construir una verdadera resiliencia ante la sequía. Las inversiones en adaptación, recuerda el informe, no solo reducen el impacto directo de los episodios de sequía, sino que ofrecen retornos económicos sostenidos: por cada dólar invertido en prevención, los beneficios pueden multiplicarse por tres, e incluso por diez en algunos casos.
