Una investigación publicada en Nature Cities advierte sobre una amenaza tan silenciosa como profunda: la subsidencia del terreno afecta ya a 28 de las principales ciudades de Estados Unidos. Este fenómeno geológico, que implica el hundimiento progresivo del suelo, se ha intensificado en las últimas décadas y está poniendo en riesgo a millones de personas y miles de edificios.
A menudo asociada a zonas costeras vulnerables al aumento del nivel del mar, la subsidencia también está afectando a ciudades del interior. Desde Nueva York y Houston hasta Denver o Columbus, los investigadores han detectado que al menos el 20% del área urbana en cada una de estas metrópolis está experimentando hundimientos del terreno, en muchos casos vinculados a la extracción intensiva de agua subterránea.
Imágenes satelitales que revelan el problema
El equipo científico, integrado por investigadores de Columbia University y Virginia Tech, entre otras instituciones, utilizó más de 2.500 imágenes satelitales del programa europeo Sentinel-1 entre 2015 y 2021. Mediante técnicas avanzadas de interferometría radar (InSAR), lograron detectar desplazamientos verticales del suelo con una precisión milimétrica. El resultado fue un conjunto de mapas de alta resolución que muestran con detalle el avance del fenómeno.
El estudio identifica a la extracción de agua subterránea como el principal detonante del fenómeno
Ciudades como Houston, Fort Worth y Dallas presentan algunas de las tasas de hundimiento más alarmantes, con promedios que superan los 4 milímetros por año. En ciertos sectores de Houston, el descenso del terreno alcanza incluso los 10 milímetros anuales. Aunque estas cifras puedan parecer pequeñas, sus efectos acumulativos son significativos, sobre todo cuando se superponen con eventos climáticos extremos como tormentas e inundaciones.
El agua como origen y agravante del problema
El estudio identifica a la extracción de agua subterránea como el principal detonante del fenómeno. Al reducirse el nivel freático, disminuye la presión interna de los poros del suelo, lo que provoca su compactación y, como consecuencia, el hundimiento superficial. Esta relación es especialmente clara en los acuíferos confinados, donde el 76% de la variación del terreno puede explicarse por cambios en los niveles de agua.
a, Tasa promedio de VLM (movimiento vertical del terreno) para 28 ciudades de EE. UU., b–f, VLM espacialmente variable para Nueva York, NY (b); Las Vegas, NV (c); Seattle, WA (d); Houston, TX (e) y Washington, DC (f)./Ohenhen, L.O., Zhai, G., Lucy, J. et al. Land subsidence risk to infrastructure in US metropolises. Nat Cities (2025). https://doi.org/10.1038/s44284-025-00240-y.
Sin embargo, no todo el hundimiento puede atribuirse a actividades humanas. También se observan factores naturales, como el ajuste isostático postglacial en ciudades del noreste, o la actividad tectónica en la costa oeste. Pero el 80% de los casos detectados responde, según el estudio, a causas antropogénicas.
Infraestructura comprometida
Una de las consecuencias más preocupantes es el daño potencial a la infraestructura urbana. Aunque en la mayoría de las ciudades la subsidencia ocurre de forma relativamente uniforme, su variabilidad espacial genera “distorsiones angulares” en el terreno que pueden afectar los cimientos de edificios y carreteras. En total, más de 29.000 edificios se encuentran en zonas clasificadas como de alto o muy alto riesgo estructural, principalmente en ciudades de rápido crecimiento como San Antonio, Austin y Houston.
La subsidencia no solo pone en jaque a la infraestructura: también agrava la exposición de las ciudades a las inundaciones, especialmente en las zonas costeras. Desde el año 2000, las ocho ciudades más afectadas por subsidencia han registrado más de 90 eventos de inundación. La combinación del hundimiento del terreno con el aumento del nivel del mar, acelerado por el cambio climático, dibuja un panorama preocupante para la resiliencia urbana.
Hacia una respuesta integrada
Lejos de un diagnóstico fatalista, los autores del estudio proponen una hoja de ruta clara: combinar estrategias de mitigación con políticas de adaptación. Entre ellas se incluyen la recarga artificial de acuíferos, la limitación de nuevas construcciones en zonas de riesgo, la actualización de los códigos de edificación y el monitoreo continuo del terreno mediante tecnologías satelitales. También abogan por incorporar estas variables en los planes de ordenamiento urbano y en la toma de decisiones de políticas públicas.
La subsidencia urbana, concluyen los investigadores, es una amenaza crónica y acumulativa que requiere una respuesta sostenida, interdisciplinaria y basada en la evidencia científica. La clave está en no esperar a que el daño sea visible para actuar.