@rinaudomariae
La transición climática por la cual atravesamos actualmente lleva consigo mucha incertidumbre y complejidad pues aunque tenemos escenarios y proyecciones a futuro con énfasis global, regional -y en algunos casos, nacional- aún queda mucho por evaluar, monitorear y accionar.
La magnitud del cambio climático al cual nos enfrentamos, amerita que los avances científicos y la toma de decisiones sean cónsonas entre sí, ya que es evidente y a la vez preocupante, la gran brecha que existe aún entre ciencia y política respecto a cambio climático con sus temas transversales y sectoriales.
Pareciera que estamos enfocados en seguir un rumbo de un mundo que no quiere cambiar, si bien, lo ocurrido en las últimas negociaciones de cambio climático (COP21, Paris) nos demuestra que la voluntad política para enfrentar esta crisis, es ineludible. Sin embargo, vale la pena preguntarse si la velocidad con la que el cambio climático se nos presenta, es la misma velocidad con la que las decisiones de un cambio estructural a nivel político y de desarrollo se vuelven realidad.
Dicho lo anterior, todo depende de la ambición con la que los tomadores de decisión traten el cambio climático, pues de ella se juega el costo político de una nación. Las políticas climáticas, si bien deben tener un énfasis global (tal y como ocurre con el Acuerdo de Paris), también deben estar recreadas en otros niveles de gobernanza (a nivel nacional y local) para promover resiliencia en el territorio y disminuyendo su vulnerabilidad.
Siendo el cambio climático un tema que impacta directamente la competitividad y el desarrollo de las naciones, es necesario resaltar la integralidad que presenta este fenómeno entre los mecanismos de adaptación y mitigación junto a los Planes de Desarrollo, poniendo en considerando características particulares y específicas de cada territorio y sus comunidades, para actuar en base al lema “think global, act local”.
Para ello, se debe descarbonizar la economía por medio de incentivos orientados hacia la conservación y valoración del capital natural, así como también la promoción de energías costo-efectivas. Dicho de otra forma, nuestra histórica fósil-dependencia no cambiará mientras un barril de petróleo sea más barato que uno de agua o leche y para que esta transformación que necesitamos suceda, debemos orientar todos los esfuerzos hacia una gestión de conocimiento capaz de crear imaginarios nuevos sobre las relaciones humanas, las naturalísticas y las manufacturadas.
Esta gestión del conocimiento que necesitamos, debe poseer innovación para actuar más allá de lo convencional (no solo reaccionar) y capacidad para promover la adaptabilidad y hacer frente a las transformaciones territoriales que ocurran. Toda esta gestión del conocimiento, debe estar centrada en la aplicación de una ciencia política como parte proactiva que se requiere a la hora de luchar multiescalarmente frente al cambio climático.