Segundo día de enero de 2017. Otra vez más toca poner en marcha la lista de buenos propósitos: hacer más deporte, llevar una dieta más sana, mejorar los idiomas… aparte de la imprecisión de objetivos –que tocará redefinir y concretar si queremos llegar a buen puerto- nos venimos arriba con planes que se nos van de las manos: acabar con el calentamiento global, salvar las ballenas…
Así pues, este año 2017 me he fijado un objetivo concreto: utilizar la cantimplora. Sin más. 2016 ha sido un año en el que se ha hablado mucho del impacto de los envases de usar y tirar. Y toca pasar a la acción. No estoy en situación de pasar a vivir sin plástico desechable, pero sí que puedo hacer un gesto concreto: evitar el agua embotellada.
¿Por qué? Sobran los motivos. El principal es que vivo en una ciudad con una excelente calidad de agua de grifo, sometida a controles que garantizan su aptitud para el consumo. También podría seguir por el precio, la diferencia de coste entre el agua del grifo y el agua embotellada es un buen aliciente para optar por rellenar la cantimplora antes de salir de casa.
En el otro lado tenemos el impacto del agua en envases de usar y tirar: un despilfarro en consumo de materiales y generación de residuos que ha llevado a ciudades como San Francisco a prohibir la venta de agua embotellada. Y, a pesar de la creciente concienciación sobre el problema, en España aumentan las ventas de agua envasada. Puede que el agua de grifo genere dudas en algunos consumidores, pero no faltan las noticias sobre gastroenteritis asociadas a agua embotellada o la mayor presencia de determinados contaminantes en el líquido presentado en envase de usar y tirar.
Así las cosas y considerando la importancia de prevenir la generación de residuos me marco como propósito para este año que estamos empezando pasarme definitivamente a la cantimplora. Ensayado como #RetoCONAMA sé que es un gesto que puedo mantener en el tiempo y que consigue resultados visibles. También tiene impacto: cada vez que sacas la cantimplora para rechazar una botella de plástico alguien más cae en la cuenta de que puede pasarse al agua de grifo.
En mi caso he cogido la cantimplora que utilizaba para mis salidas al campo y me he acostumbrado a llevarla siempre conmigo. Quizá el recipiente es un poco grande y aporta un peso adicional que podría ser reducido con una cantimplora un poco más pequeña, pero como el maletín está diseñado a capricho es lo suficientemente grande y fuerte como para transportar la cantimplora llena de agua sin darme cuenta de que está allí. Eso sí, si tuviese que empezar de cero elegiría un recipiente de tamaño más reducido para aligerar peso.
Afortunadamente en mi entorno profesional la idea de reducir el impacto no es una excepción y cada vez acudo a más reuniones donde el agua para los asistentes viene del grifo y mis intervenciones en cursos son en aulas en las que el ponente dispone de una jarra y un vaso de cristal.
Sustituir las botellas de plástico por una cantimplora reutilizable es un pequeño paso en la revisión de un modelo de consumo insostenible, un punto de partida en la incorporación de la prevención de residuos como criterio de compra. Podríamos esperar a que se tomasen medidas como la prohibición de este tipo de envases, pero parece interesante adelantarse y asumir la responsabilidad individual con gestos sencillos que evitan la generación de residuos, garantizando que no acabarán abandonados en cualquier parte.
Sí, no va a salvar el planeta, pero este es mi pequeño propósito para 2017 ¿Cuál es el tuyo?