A medida que la población aumenta, junto con países que alcanzan un mayor crecimiento y poder económico, tal como se ha vivido los últimos 20 a 30 años países de Asia y Medio Oriente, la presión sobre los recursos hídricos ha aumentado en forma exponencial tanto en dichos países como en los que les exportan recursos naturales como es el caso de países de América del Sur. El aumento de la demanda de recursos hídricos en países de América Latina no ha tenido un aumento proporcional en la capacidad de gestión de dichos recursos. Las intervenciones sobre las cuencas y el agua aumentaron enormemente, pero las capacidades institucionales de las organizaciones tanto del Estado como de los usuarios del agua no lo hicieron.
Cuando las intervenciones sobre las cuencas y el agua son de tal magnitud que se afectan entre sí y con el medio ambiente la gestión del agua es evidentemente más compleja. Los márgenes o grados de libertad para compensar errores son cada vez menores por lo que la gestión debe ser mucho más informada y estricta en la aplicación de acuerdos y normas acordadas tanto para no afectar a terceros como a respetar los límites que impone el medio ambiente.
Los profesionales y usuarios del agua en general hemos buscado formas de postergar las limitaciones que impone el medio ambiente, y por lo tanto los conflictos por el agua, mediante la construcción de obras hidráulicas de regulación, trasvases de agua, explotación de acuíferos, control de fuentes de contaminación, tratamientos y reutilización del agua, medidas de manejo de cuencas, manejo de nieve, captación de neblinas, de agua de lluvia y recarga de agua subterránea, desalinización y en general uso eficiente del agua, por citar sólo algunas de las opciones disponibles.
Estas técnicas todavía dan un margen de holgura para aumentar la disponibilidad de agua, al menos en ciertas cuencas y regiones, pero, como es lógico, tienen un límite en su aplicación, límites de vulnerabilidad tolerable, límite de costos versus rentabilidad y límites en materia de afectación del medio ambiente y de otros usuarios Estos últimos límites son los primeros en ser traspasados. Es más viable para muchos afectar a terceros o no respetar los límites naturales (no proteger caudales ambientales, sobre explotar acuíferos, alterar las cuencas captadoras o zonas de recarga de acuíferos, alterar cauces, secar bofedales y otros) que respetarlos.
Las obras hidráulicas también tienen límites de vida y límites de soportabilidad frente a fenómenos extremos como sequías e inundaciones o afectación por movimientos sísmicos o erupciones volcánicas, así como límites económicos. El límite económico está dado por el valor de la producción que se obtiene con el agua, sobre todo de productos exportación, ya que si la demanda decrece se vuelve muchas veces imposible de mantener la operación de algunos sistemas hídricos sobre todo dependientes de energía como lo es la desalinización y el bombeo a grandes alturas y distancias.
Como se puede inferir de lo expuesto, la gestión del agua en los límites es muy compleja. No sólo intervienen aspectos de ingeniería si no también aspectos legales, económicos, ambientales y sociales. El marco en que se desenvuelve la gestión del agua además supera largamente las decisiones del gestor del agua[1]. La política exterior de un país, sus políticas de exportación y de atracción de inversiones externas, sus políticas de precios, la forma como redistribuye los ingresos producto de la rentabilidad de exportar recursos naturales ejerce presión sobre las cuencas y el agua.
También tienen influencia directa, sobre la gestión del agua, las capacidades de los gobiernos para proteger el medio ambiente y ordenar el uso del territorio (expansión urbana, ocupación de los márgenes de cauces naturales, definición de zonas de riesgo, protección de cuencas, etc.). Todos los factores listados influyen tanto en la gestión del agua al punto de no saberse en muchos momentos quien gestiona el agua: si el responsable de hacerlo, o son todos estos factores externos los que finalmente influyen más.
Es por todo lo anterior que es necesario – esencial- disponer de un sistema de gestión del agua y las cuencas proporcionalmente aptas y preparadas para hacerlo. No significa que la gestión sólo quede en manos de tecnócratas. La complejidad de la gestión del agua precisamente radica en mantener el balance entre todos los actores que en forma directa o indirecta intervienen sobre el sistema hídrico. Por un lado, se debe escuchar a los actores relevantes y por otro, se les debe proponer opciones para tomar decisiones basados en el mejor conocimiento del medio intervenido y de los efectos potenciales de dicha intervención y además todo esto se debe hacer cumpliendo con autoridad los acuerdos.
Es esta combinación de aspectos que muchas veces no son lo suficientemente comprendidos. La gestión del agua no es un rol exclusivo de los poseedores de derechos de uso del agua ni tampoco es exclusivo del Estado, ni tampoco es exclusivo de los profesionales con títulos avanzados en ingeniería del agua, ni exclusivo de los políticos de turno y de los abogados o de los defensores de la naturaleza. Por ello es por lo que se requieren los sistemas participativos en la toma de decisiones. Se requiere conocer lo que hay y lo que puede pasar con las decisiones, por eso es que se fijan principios como no afectar a terceros ni al medio ambiente, así como alcanzar la equidad.
Probablemente los mejores gestores del agua son los que tienen la humildad de escuchar, la sapiencia para tomar decisiones informadas y la autoridad para aplicarlas
[1] Es siempre necesario preguntarse quién gobierna a quien en la gestión del agua. La mayoría de las veces las decisiones de actores ajenos a la gestión del agua tienen más influencia que las decisiones de los actores que en teoría son los responsables de tomarlas. Por ello es necesario disponer de un adecuado sistema de gestión, con participación, de las intervenciones sobre las cuencas y el agua.