Hace tan sólo unos meses San Francisco (EEUU) sorprendía con la noticia de la prohibición de vender agua embotellada en espacios públicos. Aunque no es la primera ciudad en tomar este tipo de medidas, por ejemplo la ciudad de Bundanoon (Australia) fue en 2009 pionera en prohibir la venta de agua embotellada a iniciativa del grupo Do Something, tampoco será la última. La controversia que viene de lejos, ¿agua embotellada o agua de grifo? ¿Tendríamos que seguir el patrón de estas ciudades?
Empezaremos viendo que no toda el agua envasada es igual, según legislación tanto nacional como europea, se distinguen las siguientes categorías de aguas envasadas:
- Aguas minerales naturales: Son aquellas aguas microbiológicamente sanas que tienen su origen en un estrato o yacimiento subterráneo y que brotan de un manantial o puedan ser captadas mediante sondeo, pozo, zanja o galería, o bien, la combinación de ellos.
- Aguas de manantial: Son aguas de origen subterráneo que emergen espontáneamente en la superficie de la tierra o se captan mediante labores practicadas al efecto, con las características naturales de pureza que permiten su consumo.
Existe incertidumbre sobre la aportación adicional de minerales del agua embotellada respecto al agua del grifo: ambas contienen minerales
- Aguas preparadas: Las aguas preparadas son aquellas que han sido sometidas a los tratamientos fisicoquímicos necesarios para que cumplan los mismos requisitos sanitarios que se exige a las aguas potables de consumo público (Real Decreto 140/2003, de 7 de febrero). Se dividen, a su vez, en dos tipos:
- Potables preparadas.
- De abastecimiento público preparadas.
Cada agua envasada es diferente y posee un sabor característico debido a su composición mineral única. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), aunque ciertas aguas minerales puedan resultar útiles para proporcionar los micronutrientes esenciales, como el calcio, no existe ninguna pauta que indique las concentraciones mínimas recomendadas de minerales. Existe también incertidumbre sobre la aportación adicional de minerales del agua embotellada respecto al agua del grifo, puesto que ambas contienen minerales.
Lo que sí se puede afirmar es que el agua embotellada es un negocio, ya sea por la “buena imagen” que da beber agua embotellada o el fantástico marketing que desde hace unos años nos bombardean ciertas marcas. La gente escoge el agua embotellada por diferentes razones, muchos piensan que el agua embotellada tiene mejor sabor que el agua del grifo o porque la percibe como más segura, e incluso, de mejor calidad. Las marcas ofrecen el agua embotellada como una alternativa más saludable a otras bebidas y los consumidores la toman para sentirse bien y, en algunos caso, incluso para perder peso (obviamente no está probada la relación perder peso con beber agua embotellada).
Las cifras con respecto a la producción de agua envasada hablan por sí solas: según la Federación Europea de Aguas Envasadas (EFBW), España se sitúa como cuarto país de la UE en términos de producción de agua mineral, por detrás de Alemania, Italia y Francia, y tercero en consumo, tras Italia y Alemania. Durante 2011, según la Estadística de Producción elaborada por ANEABE (Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasada) la producción de aguas envasadas en España alcanzó los 5.027 millones de litros.
Una cuarta parte de agua embotellada a escala mundial se consume fuera de su país de origen
Algo que me gustaría destacar y que mucha gente no sabe es que las botellas llevan fecha de caducidad, no es por el agua, cuyas propiedades físico químicas no cambian, sino por la degradación del envase de plástico que la contiene. Dicho plástico es por lo general de tereftalato de polietileno (PET) que es un polímero, una macromolécula formada por la unión de moléculas más pequeñas llamadas monómeros, y más concretamente un poliéster que forma parte de la familia de los termoplásticos fácilmente moldeables cuando se le aplica el grado de temperatura correspondiente. Se conoce por sus siglas en inglés (PolyEtylene Terephthalate).
Existe una pequeña controversia por el uso de este material en botellas de agua. En los últimos años se han publicado estudios un tanto alarmantes y también alarmistas sobre el uso del PET, de cómo éste “envenena” el agua que contiene. ¿Hasta que punto debemos alarmarnos? Hay que tener en cuenta una serie de consideraciones y algo bastante importante es no reutilizar dichas botellas, las razones: una sería la de evitar riesgos microbiológicos. Cuando abrimos una botella de agua, su interior puede contaminarse con distintos tipos de microorganismos, como bacterias y hongos, que pueden proceder de fuentes como nuestra boca (si bebemos directamente de la botella) o el ambiente. Estos microorganismos, que podrían provocarnos alguna patología, pueden desarrollarse debido a que disponen de condiciones necesarias para ello: presencia de agua, presencia de nutrientes y una temperatura adecuada (entre 15 y 35 ºC). Una posible solución para tratar de minimizar el riesgo asociado al crecimiento de microorganismos es lavar el interior de la botella. Otra razón, el material plástico que compone la botella (PET) puede ceder al agua ciertos compuestos potencialmente tóxicos, como antimonio. En condiciones normales de consumo, estos compuestos se encuentran en cantidades que, a priori, no suponen un riesgo para la salud. Sin embargo, su cantidad puede aumentar con el tiempo de permanencia del agua en la botella y con el número de reutilizaciones que hagamos de la misma, algo que se debe al deterioro del plástico.
También existe un problema medioambiental: cada año se utilizan 2,7 millones de toneladas de plástico solamente para embotellar agua. Cada botella de plástico gasta el 25% de su capacidad en petróleo, y para fabricar cada botella hace falta el triple de agua de la que va a contener. Bien es cierto que las botellas de plástico son reciclables, pero un elevado porcentaje no se reciclan amontonándose rápidamente en los vertederos de basura de todo el mundo, con el inconveniente que tardan unos 600 años en desintegrarse y al hacerlo, liberan sustancias tóxicas al suelo.
Cada año se utilizan 2,7 millones de toneladas de plástico solamente para embotellar agua
Otro punto a tener en cuenta es que una cuarta parte de agua embotellada a escala mundial se consume, cada año, fuera de su país de origen. El transporte del agua embotellada incrementa también las emisiones de dióxido de carbono que producen el efecto invernadero contribuyendo así al problema global del cambio climático.
Pero no todo son malas noticias. Según ANEABE, la industria española de aguas envasadas dan empleo directo a 5.000 personas e indirecto a decenas de miles. La particularidad de esta industria es la creación de riqueza que genera en zonas económicamente deprimidas ya que debe instalarse en los mismos lugares de captación del acuífero, que suelen ser zonas poco industrializadas. Añadir que el sector del agua envasada ha conseguido diversos logros en los últimos años en materia de envases: reduciendo el material utilizado en la fabricación de sus envases y embalajes en más de un 40%, uso de botellas más ligeras y disminución del peso de los tapones un 25%.
La consideración que podemos hacernos y con la que comenzaba este post: ¿beber agua embotellada o beber agua del grifo? ¿Será la siguiente iniciativa de la que tengamos noticias una ciudad española?