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Transparencia y prestigio

  • Transparencia y prestigio

Leo con agrado que alguien del sector privado levanta la bandera de la transparencia como factor de prestigio.

Constantemente asistimos a campañas de imagen de empresas y sectores relacionados con el agua. Defienden sus intereses con mayor o menor fortuna en base a argumentarios que en ocasiones conectan con realidades profundas y en otras con mensajes publicitarios más o menos acertados para ofrecer una cara amable.

Uno de los actores del mercado del agua se ha lanzado al ruedo con compras que aumentan su presencia cuantitativa y con un llamamiento al espíritu de servicio público y a la transparencia. Hasta hace poco actor secundario en el panorama ibérico, la incorporación de un ejecutivo imaginativo ha ido seguida de ese llamativo pronunciamiento.[1]

Aquellos que conocen a este bloguero no se extrañarán. Llevo años pidiendo un gesto en esa dirección por parte del sector privado, y de repente aparece un voluntario.[2]

Sin duda, el artículo referido forma parte de la campaña de promoción de la multinacional en nuestra península, ya iniciada hace un tiempo, como avanzada de la natural voluntad de obtener una mejor cuota de mercado. Pero es de destacar el atrevimiento, es decir el grado de compromiso que implica una tal campaña.

En efecto, no es lo mismo cumplir con los pliegos de condiciones y las condiciones contractuales, que ofrecer la transparencia como bandera estratégica de la empresa. En el extremo, esa oferta llevaría incluso a no aceptar aquellos contratos que no encajasen con la política de transparencia que se proclama.

Veamos con más detalle algunos de los contenidos que se proponen:

  • Espíritu de servicio público. Eso es algo imprescindible en todo servidor público -y las empresas privadas del sector lo son en tanto que operan servicios públicos. Y es algo que recuerdo de los profesionales del sector privado que conocí al principio de mi vida laboral.
  • Reconocimiento de que los ayuntamientos son los titulares del servicio. La aceptación de esa obviedad legal tiene su mérito si se tiene en cuenta la de litigios en los que determinados operadores lo discuten, en base a formalismos menores, para proteger sus mercados.

Esos dos compromisos son fundamentales y marcan un territorio específico en el que moverse en tanto que operador privado. Les deseo suerte, a la vez que fidelidad al compromiso.

Más allá de esos pronunciamientos, llaman la atención las observaciones que se hacen sobre el funcionamiento del mercado concesional. El autor del artículo desea que los concursos de concesiones sean cada vez más transparentes y las valoraciones económicas más objetivas, sin mecanismos para topar los valores máximos o mínimos de las ofertas. Y fundamenta ese deseo en que está convencido de la competitividad de la empresa que representa. Pues yo siempre he creído en esa relación, y por ello he temido que la falta de transparencia observada en tantos casos ocultara situaciones en las que la competitividad no era el factor esencial de la relación que se proponía.

Y sigue: Lo que he visto en los últimos tiempos no me gusta: demasiada subjetividad en la valoración de las ofertas. No voy a entrar en detalle, pero basta con leer los pliegos de algunos concursos públicos para observar que hay licitaciones que dan ventajas a una u otra empresa del sector, que generalmente es la que está operando en ese momento. Esto lo único que consigue es reducir la competencia y encarecer el coste del agua para el ciudadano.

Aún más: ¿de verdad alguien puede creerse que en tiempos líquidos como los actuales, como los definió Bauman, en los que todo cambia en muy poco tiempo tienen sentido los viejos contratos de concesión a 4 o 5 lustros? Yo, desde luego, no. Es más, creo que una limitación a un número menor de años mejoraría notablemente la competencia en el sector… …deberíamos aprender de los concursos de prestación de servicios de algunas compañías de agua públicas, en los que su duración es de 5 años, la valoración es mayoritariamente por bajas económicas y en los que existe, como mínimo, el doble de competidores que en una licitación de concesión.

Después de leer eso, quizá me retire como bloguero: misión cumplida. Pero claro, obras son amores, y no buenas razones. Así que la mejor tarjeta de presentación sería la hoja de servicios de aquellos lugares en los que ya ejerce la empresa: ¿cuánta transparencia?, ¿cuántos años de contrato? ¿Cuánta objetividad en las ofertas adjudicadas? ¿Qué aceptación social? El currículo habla más claro que los buenos propósitos.

La apetencia natural de un contratista es un gran contrato. También es cierto que muchos municipios, en especial los más pequeños, necesitan soluciones prácticas -en dimensión económica y capacidad técnica- que no llegan por ningún lado: las soluciones públicas deben ser promovidas esencialmente por las diputaciones (y la mayoría de ellas ignoran esa obligación legal); las soluciones privadas al uso han mostrado resistencias y opacidades de diverso grado que las desacreditan a ojos de los ciudadanos.

Todos los pasos para mejorar ese panorama son bienvenidos y aunque soy más bien partidario de la gestión pública, entiendo que el sector privado tiene un papel si se basa en el absoluto respeto competencial, ya que no siempre se dan las condiciones para una gestión pública adecuada a cada circunstancia.

Deseo sinceramente que las palabras escritas no se las lleve el viento. El tiempo dirá.

 

[1] Tras la pandemia, más transparencia. Rogério Koehn. Iagua, 16 de marzo de 2021.

[2] La más reciente, Público privado. iAgua, 30 de noviembre de 2020