El sistema neocapitalista que vivimos es perverso con la mujer. El sociólogo Ziygmunt Bauman, decía que nuestra vida es líquida, con forma demasiado cambiante según las circunstancias marcadas por el consumismo, donde lo único permanente y cierto es la incertidumbre en una sociedad androcéntrica[1] y patriarcal, en la que el hombre –sin querer queriendo— subyuga y arrastra a la mujer, ante el paradigma de convertirse en un triunfador, con poder, dinero, fama, en una organización societal anárquica, injusta e inhumana.
Muchos afirman que en el paleolítico se dio el matriarcado cuando los seres humanos eran nómades y sobrevivían en clanes y hordas, errantes de caverna en caverna, enfrentando con escaso conocimiento y herramientas de palo y piedra una naturaleza agreste. Y el poder de la mujer fue porque el hombre reconocía su superioridad dado que procreaba vida y el, no. La supervivencia dependía de ella, porque a mayor número de hijos y miembros, más fuerte eran en la caza, recolección de alimentos silvestres y defensa del grupo ante la amenaza de los animales salvajes, el clima y sus propios semejantes.
En el neolítico la cosa cambió. El desarrollo de la inteligencia y habilidades, la división del trabajo, el dominio de los metales, el descubrimiento de la agricultura y la domesticación de animales (ganadería), hizo que los seres humanos optaran por el sedenterismo, estableciendo comunidades fijas cerca de una fuente natural de agua (río, laguna, lago, humedales, etc.). Aquí, con una nueva estructura, jerarquía, clases y relaciones sociales, se instauró el patriarcado. El dominio del hombre se afianza en el esclavismo (más aún con la sumisión femenina); y se consolida en el feudalismo con la religión. En el capitalismo esta relación de dominio de género tomó como soporte el trabajo, las relaciones económicas y la posición con los medios de producción, el androcentrismo y discriminación de las instituciones, el acceso al capital, y siempre con un aura sutil religioso. El antropólogo y filósofo belga Lévi-Strauss sostuvo que todas las sociedades humanas habrían pasado de un estado matrilineal a uno patrilineal[2].
La historiadora austríaca Gerda Lerner, en 1986, publicó La creación del patriarcado, donde sostiene que este es una creación cultural y no un comportamiento universal propio de toda la humanidad, como tantas veces se ha pretendido imponer. Y tiene razón. El patriarcado ha sido creado por el hombre. Lerner sostiene que: «Dentro del colectivo masculino, la pertenencia a una clase social determinada ha dependido del acceso a los medios de producción. Sin embargo, dentro del colectivo femenino, la pertenencia a una clase social determinada ha dependido de la sumisión sexual hacia el colectivo masculino. Para ello, se han articulado herramientas diversas que abarcan desde el matrimonio burgués, hasta la prostitución, pasando por el concubinato, dando lugar a una división clasista entre mujeres respetables y no respetables».
El desarrollo de la ciencia, la tecnología y las comunicaciones, está produciendo cambios sociales, donde esta injusticia social está cediendo ante el empuje de movimientos feministas
Por tanto el hombre desde allí —y hasta hoy— creó una sociedad ajustada a su interés y valores de dominio y poder, estableciendo condiciones y roles injustos y discriminatorios; creando la cultura del machismo, con un soporte económico-ideológico, es decir, una estructura y superestructura social llamada “democracia”.
Pero nada es eterno, el desarrollo de la ciencia, la tecnología y las comunicaciones, está produciendo cambios sociales al interior del neocapitalismo, donde esta injusticia social está cediendo ante el empuje de movimientos feministas, la concientización de las mujeres, el empoderamiento profesional y empresarial, el liderazgo político a todo nivel, que promueven y propugnan reformas u otro orden social y político, más justo y con igualdad de condiciones y oportunidades, con fortalecimiento de capacidades y enfoque y perspectiva de género en las políticas públicas.
En ese sentido la Sociología del Género está reinterpretando los procesos sociales contemporáneos, la historia, teniendo en cuenta el papel desempeñado por las mujeres especialmente a partir de mediados del siglo pasado, pugnando por cambios. La perspectiva de género analiza el impacto social producido por la incorporación de las mujeres a la vida social en todas sus expresiones y supone un punto de referencia obligado en el análisis de la realidad social, para la toma de mejores decisiones en cuestiones de gobierno.
El filósofo e investigador francés Gilles Lipovetsky afirmó que en los últimos años, el uso de la perspectiva de ‘género’ como herramienta de análisis ha enriquecido la investigación social, dado que «en la escena del mundo occidental una mujer que conquistó el poder de disponer de sí misma, de decidir sobre su cuerpo y su fecundidad, el derecho al conocimiento y a desempeñar cualquier actividad», está revolucionando la estructura social de las sociedades, especialmente occidentales; mas no así, en las de oriente (India, Asia, Arabia, etc.) y África por profundas raíces religiosas, antropológicas, culturales y étnicas, básicamente.
La mujer y la gestión del agua
La mujer sigue siendo líquida en la sociedad moderna, sin autenticidad y singularidad, siendo un ‘simple objeto’ en el mercado de consumo, como sostiene Bauman. Su papel –por ejemplo— dentro de la gestión de los recursos naturales, en especial del agua, es casi nulo, por lo que la gobernanza y la seguridad hídrica, es un sueño inalcanzable.
En la gestión (des) integrada de los recursos hídricos, pese a que es principal actora y eje en su relación diaria con el agua, como es el caso común en las zonas rurales –donde la pobreza y la dominación de género es mayor y más visible—, no tiene un rol definido ni mayor poder de decisión en las políticas y el sistema de organización hídrica. Mientras tanto, soporta y enfrenta un círculo vicioso enfrentando carencia de servicios de saneamiento, escasez y estrés hídrico, contaminación ambiental –por ende, enfermedades, junto a sus hijos—, desastres naturales por efecto del cambio climático, falta de titularidad en el uso del agua, mayor costo del agua potable, casi nula presencia en las organizaciones agrarias y de agua locales; y, mucho más, en las organizaciones nacionales y supranacionales relacionadas al agua.
La igualdad de género sí o sí demanda una solución global, como lo es la gestión del agua y el cambio climático, y todos los problemas sociales en un entorno de globalización. La mujer debe convertirse en una actora decisoria en los destinos de los recursos hídricos, desde la investigación hasta la gobernanza hídrica, construyendo una verdadera inclusión social y humana, olvidándonos de los tiempos líquidos.
[1] Androcentrismo: toda la sociedad gira en torno al accionar y voluntad del hombre, mientras la mujer es subyugada y excluida del poder y de la toma de decisiones.
[2] Matrilineal: tipo de filiación u organización social que se funda en las relaciones familiares de la madre; patrilineal: se funda en las relaciones familiares del padre, que transmite el nombre, los privilegios y la pertenencia a un clan o clase.