Esta canción de la británica Adele, que escribió para su tercer álbum cuando apenas tenía veinticinco años, se basa en una relación personal de la cantante en la que decide aceptar el pasado y seguir adelante con esa persona especial. En la balada, Adele usa el agua como símbolo de transformación. Fue un éxito en varios países, situándose entre los veinte primeros en varios de ellos.