Relato para un verano, cedido por Gean Redmon (Parte 1 de 3)
El señor Hisame silenció de un manotazo el irritante zumbido del reloj despertador. Apenas habían pasado dos horas desde que pudo conciliar el sueño. Con la cabeza aún bajo la almohada y los brazos extendidos sobre el edredón se resistía a levantarse, más que por el sopor del sueño por cómo se le presentaba la mañana. Una última y definitiva reunión en Tokyo pondría punto y final a la continuidad del banco donde trabajaba. Este pensamiento fue el origen de sus últimas noches de insomnio.
“Debo despabilarme ya. Ha llegado por fin el día”–se dijo solemnemente mientras se sentaba con parsimonia en el borde de la revuelta cama.
Fue arrastrando mecánicamente los pies hasta la cocina del pequeño apartamento de alquiler. Esparció entre bostezos unas migajas de comida en una mini pecera con dos peces oro que se lanzaron hacia la superficie y calentó al microondas un café preparado. Con una mano mantenía separado el estor del ventanuco, con la otra daba pequeños sorbos a la taza mientras observaba la ciudad. A Osaka le envolvía una espesa niebla que difuminaba las luces de los edificios más altos.
Tras el sobrio desayuno se dirigió al cuarto de aseo y se miró en el espejo. La luz blanca del pequeño fluorescente creaba en su rostro sombras desiguales dándole un semblante serio y decaído. Para colmo unas profundas ojeras revelaban el mal momento que atravesaba. Resopló con desagrado entre labios. Levantó ligeramente la manilla del grifo, se oyó un leve burbujeo y un instante después cayeron lentamente unos goterones verdosos de consistencia gelatinosa.
El señor Hisame observó perplejo durante unos segundos los espesos grumos. –“¿Qué es esto?”-se preguntó sorprendido entre dientes –No se atrevió a tocarlo. Giró despacio el pomo del grifo de la ducha y surgió la misma pasta verduzca depositando gruesos pegotes en el suelo – “¡Pero qué…!”-fue a la cocina y, tras pulsar el monomando, volvió a fluir la misteriosa sustancia por la boquilla del grifo –“¿Pero qué broma es esta?”- clamó irritado.
Se oyeron voces en el descansillo de la escalera. De tres zancadas recorrió la distancia que le separaba de la puerta y la abrió. Sus vecinos comentaban con asombro lo sucedido con los grifos de sus casas.
Tras unos minutos de conversación el señor Hisame, que era el representante de los inquilinos, les dijo que iba a pedir inmediatamente explicaciones de lo sucedido. Regresó a su apartamento y tomó el inalámbrico de la mesita del salón. Marcaba un número cuando unos brillantes reflejos rojos y azules desviaron su atención. Se asomó a la ventana interesándose por lo que sucedía en la calle. Estacionados a escasos metros del portal de su casa dos camiones de bomberos, una ambulancia y varios coches de la policía tenían cortada la calzada. Pensó que ese despliegue estaría relacionado con el asunto de las cañerías. Dejó el teléfono, se ajustó con decisión una gruesa bata sobre el pijama, se puso unas zapatillas y bajó las escaleras con la intención de conocer de primera mano el origen del problema.
Desde el portal advirtió que la policía había acordonado con una cinta reflectante la zona de acceso a un edificio de oficinas. Dos bomberos transportaban hacia el interior unas escalerillas de mano. Otros recogían pesadas herramientas de una gran caja de chapa. Algunos policías entraban y otros salían del edificio dando o recibiendo instrucciones. Densas columnas de vapor procedentes de las alcantarillas próximas impregnaban la escena con un tono de velado misterio. Enfrente, junto a una cafetería, seis o siete curiosos observaban con atención los movimientos de los bomberos.
El señor Hisame se alzó el cuello de la bata, unió los extremos de las solapas con una mano y cruzó decididamente la calle. Cuando llegó al corrillo de curiosos preguntó a una mujer que fumaba algo separada del grupo. –“¿Qué ocurre ahí?”- Sin mirarle le dijo que al parecer unos operarios de mantenimiento del edificio habían tenido serios problemas- “¿Problemas?, ¿pero qué tipo de problemas? ¿Cómo de serios?” –preguntó con impaciencia el Sr. Hisame. La mujer giró la cabeza, le miró unos segundos como si le estuviese evaluando y dio una rápida calada al cigarrillo– “¡No nos han explicado nada más!” –aclaró juntando los labios y soltando el humo –“sólo nos han dicho que se trata de una operación de rescate”.
El señor Hisame siguió durante unos minutos las maniobras de los bomberos, sintió frío y decidió entrar en la cafetería. La mayoría de los clientes miraban atentos la enorme pantalla de un televisor suspendido del techo. La presentadora hablaba sobre el extraño fenómeno que había inutilizado una gran parte de la red de abastecimiento de Osaka. La periodista entrevistó en directo a un responsable del servicio, un señor serio y resuelto que explicó que la policía se ocupaba del caso. –“Seguramente se trate de un producto de origen industrial que, aún no entendemos cómo, se ha podido introducir accidentalmente en la red de tuberías” –apuntó- “en cualquier caso, aunque no parezca tóxica, no deben tocar la sustancia hasta conocer definitivamente su composición”.
Algunos clientes comentaron que en sus baños o cocinas no habían observado nada extraño. El camarero agregó sonriente, mientras limpiaba con esmero unas marcas de vasos en el mostrador, que en la cafetería todo se encontraba en perfecto orden. Los clientes opinaban despreocupados sobre las posibles causas del insólito fenómeno, barajando hipótesis y razonamientos cada vez más audaces. Uno de ellos comenzaba a relatar un caso sucedido hacía unos años en Kobe cuando, desde la cocina, se extendió por todo el local, como un tsunami, el grito seco y agudo de una mujer. El camarero giró la cabeza y desapareció tras unas puertas abatibles a su espalda. Unos segundos después regresó con un vaso que contenía un líquido viscoso de color verde –“Acaba de salir esto por el grifo” –comentó perplejo.
… continuará la próxima semana.