En estas primeras décadas del siglo XXI, la disponibilidad y sostenibilidad de los recursos hídricos se enfrentan a grandes amenazas. Así, en muchas áreas, los recursos están siendo afectados negativamente por la evolución climática del planeta, caracterizada por alteraciones importantes en la distribución, duración e intensidad de las precipitaciones, y un ascenso generalizado de la temperatura.
La ocurrencia de estos fenómenos está generando graves impactos negativos en los recursos hídricos. Entre ellos se incluyen descensos acusados en las reservas netas de agua, así como la degradación y pérdida de calidad en las mismas.
Si a los efectos climáticos se les suma las otras grandes amenazas que se ciernen sobre los recursos hídricos, que son el aumento de la demanda y el deterioro de la calidad del agua por contaminación y sobreexplotación –que pueden ser especialmente críticas en algunas áreas del mundo–, nos encontramos en una situación de “emergencia hídrica”.
Es urgente e imprescindible que abordemos el reto de la gestión de los recursos hídricos desde una aproximación holística, haciendo una utilización correcta de todas las herramientas disponibles.
¿Para qué se emplea el agua de los embalses?
Los embalses son unas de las infraestructuras con mayor importancia en el contexto de la gestión integral. Además de pequeñas presas y azudes, según el Inventario de Presas y Embalses SNCZI-IPE del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, existen en España 1 225 presas con una capacidad teórica de 55 899 hm³. La mayor parte de ellas fueron construidas durante la segunda mitad del siglo XX.
Los embalses son infraestructuras hidráulicas que cumplen funciones de almacenamiento y regulación de corrientes de aguas superficiales. Constituyen masas de aguas que, de acuerdo con la trasposición (Ley 62/2003) de la Directiva Marco del Agua (directiva 2000/60/CE), hay que proteger.
El almacenamiento y regulación –y en definitiva, conservación– de estas masas de agua permitirá su uso para satisfacer diferentes demandas: riego, agua potable, energía, y servicios ecosistémicos.
La mayoría de los embalses son de titularidad pública (en torno al 77 %, según el Inventario SNCZI-IPE). Los responsables de la gestión y control de los embalses son las Confederaciones Hidrográficas y otros entes públicos (organismos autonómicos y estatales).
En España, el sector que más demanda agua es el agrícola (en torno al 67 % del consumo, unos 22 000 hm³). El sector industrial y energético consumen aproximadamente el 19 % del total (unos 6 250 hm³) y el urbano el 14 % (unos 4 600 hm³).
Afortunadamente, en términos del conjunto del territorio español –no así en determinadas regiones–, el consumo de agua ha descendido levemente en los tres sectores en la última década.
Del volumen total de agua consumido, más del 80 % corresponde a las aguas superficiales frente otras fuentes como las aguas subterráneas, la desalación y la reutilización. Esto pone de manifiesto la importancia que tienen los embalses como herramienta de planificación hídrica.
Situación y evolución de las reservas embalsadas
De alguna manera, la evolución de las reservas de aguas embalsadas pueden servir como indicador del estrés hídrico. Van a estar condicionadas por las precipitaciones (entradas) y por las abstracciones (salidas) que, a su vez, están fuertemente condicionadas por la demanda para diferentes usos.
Así, los años con mayor precipitación media anual no siempre coinciden con los años con mayores reservas de agua embalsada, según se puede observar en la evolución en los últimos 15 años.
Otro factor climático que está cobrando relevancia en los últimos años es la tendencia al aumento progresivo de la temperatura en España. Este está generando una mayor sequedad en los suelos por efecto de la evapotranspiración y también de pérdida de agua en las masas de agua superficiales por evaporación.
Finalmente, hay otro factor climático que también está adquiriendo una gran importancia en las últimas décadas, precisamente por lo que implica en la regulación de caudales y amortiguación de avenidas. Tiene que ver con la extraordinaria variabilidad en la intensidad y distribución temporal (y también espacial) de las precipitaciones.
Aunque sí es cierto que hay una fuerte influencia de las precipitaciones y otros factores climáticos, por las razones expuestas, hay que ser precavidos al establecer una relación directa entre evolución del agua embalsada y factores climáticos. No hay que olvidar que los embalses son, fundamentalmente, una herramienta de gestión de los recursos hídricos.
En ese sentido, tampoco debemos olvidar que manejar medias anuales, de la misma manera que considerar valores globales para todo el territorio español, no deja de ser una aproximación muy sintética para exponer el estado y evolución de las aguas embalsadas en términos de disponibilidad de recursos de aguas superficiales.
Sin duda, para obtener una imagen más precisa, se necesita profundizar con más detalle en la situación de cada una de las demarcaciones hidrográficas, que puede ser muy diferente entre las regiones del sur y norte de España.
El reto: alcanzar el equilibrio
Frente a los beneficios para los que fueron construidos (indicados más arriba), las presas y embalses son considerados como las infraestructuras con mayor impacto en las cuencas fluviales, modificando severamente la fisiografía de estas y generando efectos como:
Interrupciones en la continuidad del río.
Alteración aguas abajo del caudal y la calidad del agua.
Retención de sedimentos y nutrientes, y alteración en las tasas de erosión/sedimentación aguas arriba y aguas abajo del embalse.
Alteración y fragmentación de hábitats asociados, colonización de especies invasoras.
Cambios en la relación de intercambio con acuíferos y alteraciones en el nivel freático de estos.
Alteración en ciclos biogeoquímicos.
La gestión integral de los recursos en el contexto de emergencia hídrica en el que nos encontramos es absolutamente necesaria. Para ello, es imprescindible utilizar infraestructuras que, sin duda, van a tener a su vez un impacto negativo en los medios natural y socioeconómico, como ocurre con los embalses.
Nos corresponde entonces valorar esos efectos negativos en términos de uso, conservación y sostenibilidad del recurso. Es fundamental que dentro de los planes de gestión de esas infraestructuras se incluyan aquellas herramientas y actuaciones que contribuyan a mitigar los impactos negativos generados.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation por Javier Lillo Ramos, Profesor de Geodinámica e investigador en geología y cambio global, Universidad Rey Juan Carlos. Lea el original.