En el siglo XVIII, los mares de China fueron dominio exclusivo de una prostituta china llamada Ching Shinh, que trabajaba en un burdel flotante, y cuya belleza hizo que se casara con el temible pirata Zheng Yi, y que a su muerte a causa de comer orugas sancochadas con arroz envenenados ―según cuenta el escritor argentino Jorge Luis Borges, en la Historia Universal de la Infamia[1]― le sucedió en el mando de más de dos mil embarcaciones y 40 mil piratas, no sin antes desposarse con el hijo adoptivo de su fallecido marido.
Madame Ching “mujer sarmentosa, de ojos dormidos y sonrisa cariada” flameando una bandera con la imagen de una serpiente, saqueó centenares de pueblos costeros y asaltó miles de embarcaciones, amasando una cuantiosa fortuna, y nunca pudo ser derrotada por las fuerzas imperiales de China, pese al apoyo de las armadas de Portugal e Inglaterra.
Tres siglos después, cual modernos piratas, más de ochocientas inmensas naves factorías mayormente con banderas chinas, ―y otras de Taiwán, Tailandia, Corea, Indonesia, Rusia, Ucrania, Inglaterra, Sudáfrica y España― recorren los mares cazando calamares gigantes, afectando colateralmente otras especies, alterando y afectando el ecosistema marino y ocasionando problemas sociales principalmente a los países costeros de América del Sur.
Saco a luz esta problemática, a propósito de que los Estados Unidos de Norteamérica, hace unos días, han alertado a las autoridades peruanas ante la presencia de más de 300 embarcaciones pesqueras mayormente chinas[2] con el negro historial de arrasar y depredar los calamares dentro y fuera de las fronteras marítimas, burlando las normas internacionales, cambiando el nombre de las embarcaciones, desactivando sus dispositivos satelitales y de rastreo por GPS en sus operaciones en el océano Pacífico, cuya “sobrepesca puede causar enormes daños ecológicos”.
No es un tema nuevo la pesca ilegal en la denominada Ruta del Calamar, que involucra las costas de Ecuador, Perú, Chile y Argentina. “La contaminación del Océano Pacífico es un problema que afecta a más de 41 países”, ha denunciado la Embajada de EE.UU. en Perú, recibiendo inmediatamente la respuesta del Consulado chino: el gobierno chino “siempre concede suma importancia a la protección del ambiente y recursos de la oceanía, y ejerce supervisiones y controles más estrictos a los barcos que están en operación ultramarina”.
Lo cierto es que estos barcos rastreros, con bodegas de 300 toneladas, efectúan malas artes en su actividad extractiva dentro y fuera de las doscientas millas marítimas peruanas, aprovechando la débil vigilancia, control y fiscalización de las autoridades y la inocuidad de las normas internaciones y locales relativas a la pesca ilegal no declarada y no reglamentada (INDNR).
A esto se suma la carencia de estudios científicos sobre esta actividad extendida en el mundo y el impacto ambiental que origina en el ecosistema y la biodiversidad marina del Océano Pacífico y las zonas costeras, incluyendo los daños económicos y sociales a la pesca artesanal e industrial local, problema que aqueja a casi todos los países costeros. La pesquería de pota o calamar gigante –dosidicus gigas– es la segunda más importante del Perú (y primera en el mundo); por lo tanto, ante esta desleal competencia por parte de los navíos chinos, que mucha veces gozan de incentivos y mano barata, afectan a la industria nacional, a la exportación, a la pesca artesanal, a la generación de puestos de trabajo, y la alimentación de poblaciones de escasos recursos económicos, debido al bajo precio del calamar. Crean un gran problema socieconómico.
Milko Schvartzman, especialista en conservación marina ex miembro de Greenpeace, con residencia en Argentina, ha denunciado no hace mucho que “La flota china es la flota que más desactiva los sistemas de identificación automático. La flota china lo hace permanentemente y lo suelen hacer para ingresar ilegalmente a las zonas exclusivas de nuestros países”, agregando que estas flotas furtivas también burlan los controles con la clonación de nombres y matrículas.
Los buques factorías chinos no solo depredan calamares gigantes, sino también arrasan colateralmente y alteran el hábitat y ciclo de vida de los lobos de mar, tiburones y tortugas en especie de extinción, rayas y otras especies marinas, alterando el ecosistema y la biodiversidad cuando penetran furtivamente las 100 millas peruanas.
En Perú, la biomasa marina ha descendido, y la población de calamar ha sido una de las más afectadas por este tipo de pesca a gran escala, amén de los efectos de los fenómenos de El Niño, el Niño Costero, La Niña, la contaminación por aguas residuales poblacionales y la variabilidad de la temperatura del mar producto del cambio climático.
Además, esta inmensa flota de modernos “piratas” –por decir lo menos- contamina la Zona Económica Exclusiva de los países costeros; y, lo más grave, también afecta a las zonas protegidas como el de la Isla Galápagos, tal como lo ha alertado los EE.UU, hace unos días, descubriéndose grandes cantidades de desechos plásticos.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura- FAO, en su informe La pesca ilegal, no declarada y no reglamentada[3], ha afirmado que muchas veces esta ilegal actividad está “asociada al crimen organizado y amenaza los medios de subsistencia, agrava la pobreza y aumenta la inseguridad alimentaria, especialmente en los países en vías de desarrollo”.
Según dicho informe “cálculos aproximados indican que la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada - INDNR representa, en todos los océanos del mundo, entre 11 y 26 millones de toneladas de pescado anuales, o un precio de entre 10 000 y 23 000 millones de dólares estadounidenses”.
En conclusión: es necesario establecer nuevas políticas internacionales vinculantes mucho más estrictas no solo para fortalecer la acción preventiva y fiscalizadora de los Estados que están siendo afectados por la caza del calamar gigante, si no también sancionando a aquellos gobiernos que incentivan esta actividad reñida con la gestión responsable y sostenida de los recursos marinos y sus servicios ecosistémicos.
[2] China es el mayor productor de calamar; y conjuntamente con España, Japón e Italia, son los mayores consumidores de esta especie marina.