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Protegiendo el agua

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Portada iAgua Magazine

Desde que el Doctor John L. Leal construyera la primera planta de cloración de agua potable en 1908 en New Jersey, para solucionar los graves problemas que las aguas fecales provocaban en el sistema de abastecimiento de la ciudad -muchas muertes incluso-, las tecnologías de tratamiento del agua y su control han mejorado como ni siquiera el Doctor Leal pudiera haber imaginado.

Durante muchos años, el método más extendido para evitar esta contaminación era simplemente verter las aguas residuales lejos de las fuentes de agua. La naturaleza ya se encargaría de depurarla. Y aún hoy en día, es una “técnica” muy utilizada.

Las sociedades evolucionaron, y se empezó a ver la necesidad de proteger no solo al ser humano, sino también al medioambiente. Y ya no únicamente de nuestros desechos fecales, sino de otras fuentes de contaminación como las industrias y la agricultura.

Proteger las fuentes

Para proteger el agua que todos bebemos, y como trasposición de una Directiva europea (Directiva 2000/60/CE), se designaron por parte de las Confederaciones Hidrográficas las denominadas zonas protegidas de aguas potables.

Estas zonas están designadas así porque se consideran especialmente vulnerables; ya sea porque están ya muy deterioradas, porque existan muchos posibles focos de contaminación, porque sean la fuente de agua de mucha población, porque existan muchas extracciones descentralizadas que no pasen por potabilizadoras –como pueden ser los pozos privados–, etc.

Afortunadamente, disponemos de métodos de tratamiento y control para asegurar que el agua que consumimos es perfectamente saludable

EDAR, primera línea de defensa

Desde el punto de vista de la calidad final del agua que todos bebemos, la primera línea de defensa son las EDAR.

El primer paso ha sido generalizar su uso, y en España, salvo excepciones –por las cuales Europa nos ha sancionado duramente–, hay una buena cobertura.

La investigación en este campo es muy prolífica, intentando eliminar contaminantes que antes ni siquiera se encontraban en el agua, como son los contaminantes emergentes, o recuperando recursos como el biogás, fósforo, potasio, etc., y hacerlo todo de la manera más eficiente posible.

Zonas protegidas

En estas zonas, el control de los focos de contaminación es especialmente riguroso. A la posible contaminación por aguas urbanas que no estén correctamente tratadas, se le suman otros focos de contaminación que pueden ser industriales y, sobre todo, agrícolas.

ETAP, última línea de defensa

Todo lo que no se haya podido evitar en las fases anteriores, esta es la última oportunidad para remediarlo. Afortunadamente, disponemos de métodos de tratamiento y control para asegurar que el agua que consumimos es perfectamente saludable, y esto lo demuestran todos los análisis que se hacen en España –un 99,5% satisfactorios–.

No quiere decir que podamos captar el agua de cualquier fuente, por muy contaminada que esté. Cuanto menor calidad tiene el agua a potabilizar, más difícil técnicamente es hacerlo, más impacto medioambiental tiene el tratamiento, y más caro es.

Todas estas medidas, técnicas y leyes que hemos ido desarrollando como sociedad, no sirven de nada si no se aplican adecuadamente

La técnica sin control no sirve de nada

Todas estas medidas, técnicas y leyes que hemos ido desarrollando como sociedad, no sirven de nada si no se aplican adecuadamente. Y para ello, lo más importante es saber qué está pasando. Es tener herramientas de control. 

Controlar la calidad del agua en cada momento, controlar el funcionamiento de los equipos, controlar el estado de las infraestructuras, controlar que todo el mundo haga lo que debe hacer y nadie haga lo que no debe.

En este nivel de control, las técnicas que se pueden utilizar y su posible impacto son muy diferentes si se trata de las infraestructuras construidas por el ser humano –muy acotadas–, o del medio natural –generalmente muy extensas–.

Para acotar un poco más el problema, vamos a analizar una situación similar a la que tendría el Doctor Leal si le hubieran encargado el mismo trabajo hoy en día. Una serie de vertidos, que hoy deberían de disponer de una EDAR, que llegan a un embalse relativamente grande –con su correspondiente entorno natural–, y una ETAP que tendría que solucionar todos los problemas que no hayan sido previamente solucionados.

Saber qué pasa en todo un embalse no es tarea sencilla, principalmente por su extensión, como difícil es detectar el origen de vertidos ilegales o la contaminación difusa proveniente de los fertilizantes agrícolas mal utilizados. Y prácticamente imposible es controlar quién accede al embalse, y lo que hace en él en un momento dado.

Para proteger el agua que todos bebemos, se designaron por parte de las Confederaciones las zonas protegidas de aguas potables

Esta fragilidad se ve compensada con que un embalse tiene una gran capacidad de dilución de contaminantes debido a su volumen, y a que no es la última línea de defensa. Si algo pasara, podríamos detectarlo en el momento de la captación, y ponerle remedio.

En las infraestructuras pasa lo contrario. Podemos –y debemos­– tener un mayor control de lo que está pasando, porque las consecuencias de un error, una rotura, cualquier imprevisto, o incluso una acción deliberada, son mucho más importantes.

Y para ello, no solo debemos saber qué pasa con el agua en nuestra infraestructura, sino quién y cuándo accede a ella. De poco nos sirve tener el último modelo de sistema automático de dosificador de químicos, si la empresa encargada de su mantenimiento no va todo lo frecuentemente que se estipuló en el contrato, o accede una persona que no debería estar allí, por error o intencionadamente. Y lo contrario: una persona que deba hacer una reparación de emergencia, y no pueda acceder porque simplemente no tiene la llave.

Un complejo sistema de tratamiento que nos ha costado un siglo desarrollar, arruinado por usar un sistema de acceso que data de 1865, cuando Linus Yale Jr. inventó la cerradura de cilindro –la inmensa mayoría de las cerraduras que existen hoy en día–, existiendo sistemas de control de acceso inteligente del siglo XXI al alcance de la mano.

Proteger el agua, y hacerlo de manera eficaz, no es solo un deber, es una responsabilidad para con el medioambiente, la sociedad y nosotros mismos.